La narrativa puertorriqueña de
Estados Unidos resultaría un producto aislado y poco significativo si no
tuviéramos presente la herencia cultural y literaria de la que procede.
Para ello proponemos una breve panorámica sobre cómo la producción
literaria puertorriqueña ha respondido a las consecuencias políticas,
sociales y culturales de la colonización de la isla durante quinientos
años por España y Estados Unidos.
Lo que nos interesa recalcar aquí es sobre todo el componente
socio-histórico y político que predomina visiblemente en la literatura,
a través del cual podemos apreciar la evolución de la identidad
puertorriqueña.
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De la conquista al siglo XIX
Una visión retrospectiva de la
historia de Puerto Rico nos lleva sin duda a tiempos precolombinos en
los que los taínos eran los habitantes de una isla a la que llamaban
Borinquen. La isla que encuentran los españoles en 1492 es una isla
con una sociedad establecida y organizada. Esta sociedad tribal está
compuesta de un pueblo indígena, los taínos, procedentes de América del
Sur que habían emigrado a las islas del Caribe. Al contrario que los
caribes, los taínos eran más pacíficos y sedentarios lo que facilitó su
control por los españoles. Esta sociedad tribal ya estaba estructurada
por clases encabezada por el jefe general de la tribu que delegaba en
otros jefes subordinados regionales que recogían tributos y organizaban
las familias tribales. Hasta la llegada de los españoles los taínos no
tenían historia escrita sino oral transmitida a través de los “areítos,”
cantos que se bailaban en festivales y celebraciones épicas. Narraban,
entre otros temas, genealogías, buenas y malas cosechas, sucesos
destacables en la historia de la tribu y hazañas épicas. Tenían una
función muy similar a cantares medievales europeos como el “Cantar de
Mío Cid” en España, “La chanson de Roland” en Francia o “Beowulf” en
Gran Bretaña.
El 19 de noviembre de 1493 descubrió
Cristóbal Colón la isla que llamó en principio “San Juan de Puerto
Rico,” e instauró el gobierno de la isla como enclave comercial y
militar estratégico en América. Los españoles utilizaron la
estructuración social anterior, pero la clase dirigente fue sustituida
por miembros de las familias conquistadoras que ejercían la misma
función que los jefes regionales. Hasta 1519 Puerto Rico es una isla de
mucha importancia y destino migratorio aunque no posea riquezas
naturales; después de la conquista de México pierde interés y se vuelve
un mero baluarte logístico y estratégico como lugar de paso, control y
abastecimiento en el Caribe. Su falta de minerales preciosos y su
escasez de riquezas naturales provoca el progresivo descenso de la mano
de obra migratoria que ahora se dirige a otras tierras del continente
más ricas.
Durante el siglo XVII la colonia
sufre un gran atraso debido a la escasez de oro, la falta de
comunicación con la metrópoli y la inmigración de los nuevos pobladores
a otras colonias más prósperas. En el siglo XVIII España facilita el
desarrollo de la isla convirtiéndola en segunda plaza fuerte de América,
favoreciendo el comercio con otras naciones e incitando la inmigración
de colonos y la explotación de monocultivos. Durante el siglo XIX Puerto
Rico contempla cómo sus colonias hermanas en el continente consiguen la
independencia mientras la isla sufre junto a Cuba el declive del imperio
español. Tan sólo un año después de conseguir la carta autonómica que
facilitaba el acceso al poder de la clase criolla, la guerra
hispano-americana frustra las esperanzas de independencia para la isla.
Las primeras manifestaciones
escritas tras la conquista son las “Crónicas de Indias” en las que se
narra la conquista y asentamiento en las nuevas tierras.
En estas crónicas se narra cómo se establece el poder, se justifican y
ensalzan las conquistas sobre los nativos. A la hora de describir estas
nuevas tierras los cronistas la mitifican como una tierra maravillosa a
la que el lenguaje puede escasamente describir. De este modo más que
describir América, las crónicas “inventan” América, creando una imagen
extraordinaria de este nuevo mundo. La crónica de Gonzalo Fernández de
Oviedo es considerada una de las crónicas oficiales de las indias con
claro enfoque antropológico en el que se racionaliza y explica la
pacificación española con un lenguaje que va más allá de lo meramente
descriptivo. Es ésta una narrativa en la que se presenta América como el
“Otro” exótico, como una tierra maravillosa que espera ser moldeada. El
punto de vista de la narración es aquel del ojo testigo de los sucesos.
A partir de 1550 las crónicas o relatos de indias no se limitan a
describir el territorio y el desarrollo de la conquista sino que cada
vez tienen más conciencia de estar escribiendo una historia insólita y
trascendente que necesitan acercar al público (y a la corona por
supuesto) en España.
En 1589 escribe un joven poeta
andaluz, Juan de Castellanos, las Elegías de varones ilustres de
indias, sobre el que Josefina Rivera puntualiza que “con sus ciento
cincuenta mil endecasílabos, viene a ser, curiosamente, el poema más
largo de la literatura hispánica” (22). En este poema se introducen por
primera vez en la literatura elementos de la realidad histórica,
geográfica y humana de Puerto Rico a través de nombres de lugares de la
isla, ríos y plantas, costumbres y acontecimientos. Contrasta con la
visión de esta obra, la impresión negativa que se llevó Fray Damián
López de Haro de la colonia de Puerto Rico y que quedó fielmente
reflejada en su Relación del viaje y embarcación y demás sucesos de
Puerto Rico del Obispo de Puerto Rico (1644) donde expresa su
exasperación por el terrible retraso en que encontró la isla, siendo muy
sarcástico y mordaz con los habitantes de la isla y muy crítico desde el
punto de vista socioeconómico.
Hasta 1680 no encontramos al primer
poeta criollo, Francisco de Ayerra y Santa María (1630-1708). Según
comenta el crítico José Luis González en
Literatura y sociedad
en Puerto Rico, tuvo
Ayerra una estrecha amistad con Góngora, cuyo verso cultivó pero que aún
no refleja un claro “sentir puertorriqueño” (57), aunque sí se reconoce
en su obra un tema local aunque se encuentre éste adornado por meros
ejercicios estilísticos. En el periodo comprendido entre 1750 y 1850
tienen lugar importantes cambios estructurales en la isla: comienzan a
florecer las ciudades y se estimula la producción agraria, ―mermada por
el mal reparto de la tierra―, a través de las “Cédulas de Gracias” que
ofrece nuevas tierras para crear pequeñas plantaciones permitiendo
también traer esclavos para trabajar. También se estimula de este modo
la emigración procedente de las otras islas.
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El surgir de la conciencia puertorriqueña
Tal y como coinciden varios críticos
(José Luis González y Josefina Ribera),
hasta el siglo XIX no encontramos el verdadero nacimiento de la
literatura puertorriqueña con conciencia de identidad cultural y
nacional propia. Ya en 1817 aparecen en los primeros periódicos
puertorriqueños unas décimas anónimas de tema patriótico donde sus
autores son conscientes de la división entre íberos y criollos.
Pero no será hasta la publicación en Barcelona del Aguinaldo
Puertorriqueño (1843) y del Álbum Puertorriqueño (1844)
cuando veamos florecer a un grupo de estudiantes de la burguesía criolla
con inquietudes literarias e intelectuales empeñados en desarrollar una
literatura propia desafiando así la censura española en la isla.
Es quizás la primera vez en la que,
de modo más que embriónico, se halla un énfasis en lo distintivo de los
locales y en la experiencia criolla.
Este grupo de jóvenes escritores impulsa un criollismo patriótico basado
en gran medida en el costumbrismo romántico. Saben que muy pronto serán
ellos la clase privilegiada, pero observamos una reacción aparentemente
contradictoria: por un lado, intentan sustituir lo nativo por lo
español, enfatizando aquello que es autóctono de Puerto Rico como su
folklore, su modo de ser pero, por otro lado, y como miembros de una
clase burguesa criolla en auge, rechazan lo popular y chabacano del
jíbaro, el campesino puertorriqueño, cuya pasividad supone un freno
a los proyectos de esta clase.
El Jíbaro
(1849) de Manuel Alonso, es ejemplo de esa ideología y ya el título de
la colección hace hincapié en lo local (no hay jíbaros en España).
Alonso relata lo distintivo de Puerto Rico como las costumbres y maneras
y alude ya a ese nuevo puertorriqueño criollo y a esas costumbres
propias de la nueva burguesía que animan al progreso en contraste con
otras costumbres, más propias de los jíbaros y por lo tanto más
vulgares. Sirva como ejemplo el soneto “El Puertorriqueño” que presenta
el retrato de un miembro de esta incipiente burguesía criolla de aspecto
y raigambre española (¡no mulata!) como se puede apreciar:
Color moreno, frente despejada
mirar lánguido, altivo y penetrante,
la barba negra, pálido el semblante,
rostro enjuto, nariz proporcionada.
Mediana talla, marcha acompasada;
el alma de ilusiones anhelante,
agudo ingenio, libre y arrogante,
pensar inquieto, mente acalorada;
humano, afable, justo, dadivoso,
en empresas de amor siempre variable,
tras la gloria y placer siempre
afanoso,
y en amor a su patria insuperable.
Este es, a no dudarlo, fiel diseño
para copiar un buen puertorriqueño.
(Alonso 1968, 71)
Este poema contrasta con cuadros
costumbristas dentro del mismo libro como “Un casamiento jíbaro” en
forma de coplas populares, donde se recoge la cultura y el folklore
popular propios de la isla. No obstante, al mismo tiempo se critica
veladamente sobre otra de las características de la población campesina:
su pasividad y su conformismo.
En esta época también se desarrollan
diferentes opciones y visiones sobre cual debe ser la relación con la
metrópolis. Entre estas opciones están el asimilacionismo
representado por un conservadurismo recalcitrante que propugna una unión
incondicional como parte de España; el autonomismo representado
por liberales moderados que reclaman más libertad con un gobierno local
que reconozca las necesidades locales; y el independentismo que
no cree en el autonomismo y reclama soberanía total para un pueblo con
personalidad y cultura propias. Este sentir patriótico se va afianzando
en las letras isleñas, como podremos observar, aunque es cierto que la
opción independentista es la que menos apoyo tiene de la clase burguesa
que supuestamente es la que debería impulsar el proceso de independencia
tras el cual habrá de tomar las riendas de la nación.
Entre los poetas de esta época se
encuentran aquellos que escriben dentro del romanticismo tardío como es
el caso de José Gautier Benítez, primera figura poética pero cuyo
nacionalismo sentimental se pierde en bellas descripciones de la patria,
personaje fundamental, y en los sentimientos que ésta inspira como si de
una amada se tratase:
Y brotas a mi deseo
Como espléndido miraje,
Ornada con el ropaje del amor con que
te veo
Y yo patria que te quiero
Yo que por tu amor deliro,
Que lejos de ti suspiro
Que lejos de ti me muero.
(Rosa-Nieves 100)
Más propensa a la acción, además de
profesarse en las letras, era Lola Rodríguez de Tió (1843-1924), una de
las primeras conciencias patrióticas que dedica su vida a la actividad
independentista con fervor y pasión, como podemos apreciar en su poema
“La Borinqueña” inspirado por los ideales de la insurrección fallida del
Grito de Lares en 1868 y que después se convertiría en himno
nacional.
Así comienza este poema:
¡Despierta, borinqueño,
que han dado la señal!
¡Despierta de ese sueño,
que es hora de luchar!
A ese llamar patriótico,
¿no arde tu corazón? (64)
Francisco Gonzalo Marín, conocido
como Pachín Marín (1863-1896), vivió al igual que Julia de Burgos
exiliado gran parte de su vida, aunque siempre estuvo dentro de la
vorágine de la causa libertaria nacionalista colaborando con
independentistas en Cuba y otros países. Una diferencia con otros
literatos preocupados por el tema nacional era su procedencia social y
su participación política ya que Pachín Marín, mulato de orígenes
humildes, luchaba junto a los más revolucionarios. Su poesía apasionada
y rebelde, recogida en la Antología editada por María Teresa
Babín, le consolida como nacionalista revolucionario al que
habrían de ver como mito generaciones posteriores de independentistas.
El ya mencionado Grito de Lares,
primera y última insurrección por la independencia de Puerto Rico, tuvo
lugar el 23 de Septiembre de 1868. La revuelta fracasó debido a una
traición interna, a la tardía llegada de Emeterio Betances con armas y a
la falta de apoyo generalizado por la población. No obstante, la
revuelta sirvió para traer mejoras como la abolición de la esclavitud a
partir de 1869 además de libertades políticas y económicas. Las
esperanzas de conseguir la independencia se desvanecen poco a poco. Aun
así, aprovechando la inestabilidad política en España, se suceden
revueltas generalizadas que obligan a España a conceder un estatuto de
autonomía
que daba más poder a la clase criolla dominante pero que no dejaba
espacio para más libertades.
Entre los miembros de esta clase
destaca Manuel Zeno Gandía (1855-1930), profundamente influenciado por
el naturalismo de Emile Zola. Su narración está impregnada por una
actitud distante que observa al detalle aquellos aspectos negativos de
su sociedad. Tal distanciamiento venía precedido de largas estancias en
Europa que le permitieron ser consciente de las diferencias con respecto
a la vida en la isla. En la trilogía que recogió bajo el título
Crónicas de un mundo enfermo, Zeno presenta un panorama de decepción
con su propio pueblo en su serie de novelas. Nos recuerda Zeno a
aquellos jóvenes del Aguinaldo Puertorriqueño con la diferencia
de que el desilusionado Zeno ataca a todas las clases por igual. En
La Charca (1894), considerada la novela más sobresaliente de la
historia literaria de Puerto Rico, se aprecia que nada ha cambiado en
Puerto Rico. La enfermedad del jíbaro se ha contagiado a todos los
estratos de la sociedad que ven pasivamente cómo se escapa la
posibilidad de liberarse del yugo español.
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El desastre del 98
En el año 1898 se
produce un cambio determinante en la historia de Puerto Rico que acaba
de estrenar su recientemente concedida autonomía y que ve llegar una
nueva etapa de colonialismo que frena los impulsos recientes por
consolidar una identidad nacional propia. La situación se volverá más
compleja en el plano cultural por la relación entre dos culturas, la
anglosajona y la hispana, tan diferentes entre sí y obligadas a convivir
y luchar por encontrar un espacio en el panorama cultural y político de
la isla a lo largo del siglo XX.
La invasión de
Puerto Rico, aunque no sea el destino de conmemoraciones como las de
1998, fue casi una muerte anunciada, ya que desde mucho antes de
comenzar la sublevación cubana, Estados Unidos había hecho público su
objetivo de apropiarse de la isla de Puerto Rico y del archipiélago
filipino. No era ése el caso de Cuba, a la que Estados Unidos nunca
ambicionó como futuro territorio norteamericano, sino como baluarte
comercial y logístico. De este modo, el apoyo que Estados Unidos
prestaría a Cuba para conseguir su independencia serviría como excusa
para lograr el objetivo ya mencionado y así también, Estados Unidos
resaltaría su papel de adalid mundial de la libertad de los pueblos
mientras sutilmente explotaba a tantos otros, como en el caso de Puerto
Rico, Guam y las Filipinas.
El 10 de Mayo comenzaron los
enfrentamientos entre las fuerzas españolas y norteamericanas en la
isla. Dos días después la escuadra estadounidense bombardeó San Juan y
en los meses siguientes se sucedieron ataques entre buques de ambos
bandos. El día 25 de julio de 1898 las tropas norteamericanas
desembarcaron en la bahía de Guánica, al sur de Puerto Rico, y
prosiguieron el avance hasta someter las fuerzas españolas en los
sucesivos encuentros en Fajardo, Coamo, Guamán y Aibonito.
Sorprendentemente, el 21 de Julio, tan sólo cuatro días antes del
desembarco, España había pedido al presidente McKinley el cese de las
hostilidades para evitar más derramamiento de sangre. La invasión
norteamericana aparentemente se redujo a un gesto de prepotencia
militar, ya que el escaso poder de las fuerzas defensoras de la isla
preveía una invasión cuyo éxito estaba asegurado. El 28 de Julio, las
fuerzas norteamericanas ya dominaban casi toda la isla.
A la llegada al
poder del coloso norteamericano le sucede un periodo de opresión y
cambio que supone un paso atrás en la evolución política de Puerto Rico.
Tras la invasión se impone un gobierno militar que desemboca en una
Carta Orgánica aprobada por el Congreso de Estados Unidos (Ley
Foraker de 1900) que da a Washington todo poder legislativo sobre
Puerto Rico. La isla sirve como lugar de experimentación tanto en lo
político y lo económico como en lo cultural. Estados Unidos ensaya con
ilusión un moderno sistema de colonización heredado de las antiguas
potencias que le sirva en el futuro para ejercer un poder ilimitado
sobre el continente. Se intentan disfrazar estos antiguos modelos de
colonización bajo la máscara de una ideología y política liberalizadora
que traerá prosperidad y libertad al continente americano. En 1917 se
remata la situación con la Ley Jones que dispone que el
gobernador y su gabinete serán nombrados por el gobierno norteamericano
y el pueblo sólo podrá elegir a la cámara de delegados. Esta ley también
concede, por la fuerza, la ciudadanía norteamericana a todos los
puertorriqueños, con lo cual la primera guerra mundial encuentra a
muchos en sus filas.
En las primeras
décadas del siglo, la economía de Puerto Rico sufre un cambio
estructural que beneficia los monopolios norteamericanos. El tradicional
cultivo del café es sustituido por el azúcar. El control de la tierra y
los medios de producción pasan a manos norteamericanas. El gobierno
militar impone el dólar tras la devaluación del peso que antes valía
cien centavos y ahora se cambia por sólo sesenta centavos. Estos cambios
facilitan la compra de tierras por corporaciones norteamericanas que
acaban monopolizando la tierra y la producción. El cultivo del café se
va a pique puesto que el principal comprador de café había sido España y
Europa pero ahora, se imponen unas tasas que impiden la exportación de
productos puertorriqueños a otros países aparte de Estados Unidos que
también impone tasas arancelarias. Además, todos los productos de la
isla debían ser transportados en barcos norteamericanos. De este modo el
poder productivo de la población isleña cae drásticamente mientras la
isla se convierte en un gran latifundio. Las consecuencias de estos
cambios económicos fueron muy importantes. El pequeño campesino de la
montaña productor de café se ve arruinado y despojado de sus tierras,
por lo que tiene que buscar trabajo en las grandes factorías azucareras
que se concentraban en la costa.
Esta generación
intenta asimilar las consecuencias funestas de 1898: la economía sufre
un cambio estructural que beneficia los monopolios norteamericanos del
azúcar y la reestructuración de la propiedad acaba con el control local
de la propiedad. En la política, Estados Unidos ejerce control total y
provoca diferentes reacciones en la sociedad: la clase burguesa
mercantil es consciente del mercado que se abre ante ellos aunque
desconfían de las intenciones de Estados Unidos que no sólo quiere
ampliar su mercado sino controlar la producción de la isla, como podrán
observar con el paso del tiempo; los hacendados ven cómo se transforma
la economía en perjuicio de las haciendas y su explotación tradicional.
La elite social tenía dos sectores diferenciados: uno más conservador,
el de los hacendados y otro más liberal, el de los profesionales entre
los que se encuentran los intelectuales Manuel Alonso, Alejandro Tapia,
Eugenio María de Hostos y Manuel Zeno Gandía quienes comenzaron a forjar
la literatura puertorriqueña. Esta clase social sufrió un evidente
deterioro con la llegada de los norteamericanos ya que aunque acogió con
los brazos abiertos la invasión norteamericana pensando que pronto se
verían anexionados a la nación más democrática y poderosa, pronto se
dieron cuenta de que la anexión no se encontraba entre los planes de los
norteamericanos y que lo que en realidad perseguían era la consolidación
de un sistema colonial de imposición cultural, lingüística y política.
La población
obrera, eminentemente rural, fue la que menos rechazo mostró hacia la
llegada al poder de los norteamericanos al ver en Estados Unidos una
liberación de la explotación que sufrían con los hacendados. En esta
época comienza la emigración que más tarde sería impulsada por el propio
gobierno norteamericano para compensar la superpoblación y depresión
económica de la isla. También Manuel Zeno Gandía, que antes había
atacado la pasividad de la población ante el yugo español, ahora ataca
de lleno al imperialismo y la explotación norteamericana en El
negocio (1922) y Los Redentores (1925). El autor también
alude al difícil problema del idioma en Redentores (1925), que
presenta el diálogo conflictivo entre el Padre Nicolás y Mr McClave.
Éste ultimo “insistía en inglés en que la lengua castellana era inferior
y que el inglés era la panacea para llegar en su día al gobierno propio”
(34), a lo que el padre Nicolás responde:
¿A quién ocurriría cambiar la
fisonomía de un hombre? . . . Las lenguas son la fisonomía de los
pueblos. . . . No son los congresos ni sus criados los que, tirando por
las ventanas los presupuestos, pueden enseñar inglés a un pueblo, a
menos que no sea dentro de las condiciones que la naturaleza ha
provisto. (34)
Como podemos
apreciar, la prosa realista de Zeno Gandía evoluciona a partir de La
charca hacia un pesimismo más acentuado en sus últimas obras, donde
se lleva a cabo una crítica directa a la invasión cultural
norteamericana y a sus falsas pretensiones de ayudar al pueblo
puertorriqueño.
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Reacciones al proyecto asimilacionista
La comunidad intelectual
perteneciente a la clase media-alta criolla se sintió igualmente
decepcionada y aturdida por los acontecimientos y sus repercusiones. La
fecha de 1898 marca el hito histórico divisorio dentro de la literatura
puertorriqueña marcada por un pesimismo y frustración que hace volver la
vista atrás a las raíces hispánicas. En las primeras décadas Estados
Unidos emprende un agresivo plan de asimilación cultural y de imposición
del inglés. La respuesta intelectual es una vuelta a un pasado edénico
hispánico que se vuelve a definir. La producción literaria se resiente
de todo esto mientras en Hispanoamérica triunfa el modernismo como
expresión de la revolución ideológica americana.
Entre los poetas
de esta época destacan José de Diego (1866-1959) y Luis Lloréns Torres
(1878-1944) que representan un discurso anticolonial de preocupaciones
exclusivamente culturales
basado en un pan-hispanismo opuesto a lo anglosajón lingüística,
religiosa y culturalmente. Es necesario mencionar que muchos de estos
intelectuales ejercían un patriotismo simbólico, como en el caso de José
de Diego, ya que por un lado ensalzaban el pasado hispánico, el
cristianismo y la herencia española y, por otro, se beneficiaban de la
influencia americana económicamente. Este es un pequeño ejemplo de la
poesía que abunda en esta época:
Colgadme al pecho, después que
muera,
mi verde escudo en un relicario;
cubridme todo con el sudario,
con el sudario de tres colores de mi
bandera. (123)
La poesía de
Lloréns Torres, perteneciente a la elite criolla tradicional, representa
esa vuelta al pasado idílico a través de la poesía pastoral donde el
jíbaro ya no es sólo un instrumento de afirmación de lo autóctono sino
un símbolo nacional. Para él y para José de Diego, la identidad nacional
se define por medio de unos parámetros de religión, lengua y raza que
reflejan y favorecen tanto lo español como al blanco criollo, ignorando
así el componente africano de la población. La nostalgia impregna esta
vuelta al pasado donde se creen encontrar las raíces auténticas de lo
puertorriqueño. Se vuelve a un latinismo que les une con las naciones
hermanas latinoamericanas a través de un pasado cultural común, opuesto
a la asimilación cultural que trata de imponer Estados Unidos. Esta idea
reaparece constantemente entre los intelectuales puertorriqueños y
encuentra también eco en otros intelectuales latinoamericanos que ven
con recelo el creciente poder norteamericano sobre el continente; tal es
el caso de José Martí en Nuestra América y de Rubén Darío en “Oda
a Roosevelt.”
Dentro de esta
corriente aparece José de Diego que nos recuerda a Rubén Darío en sus
“Aleluyas” dedicadas a “los caballeros del Norte.” Me permito recoger
una parte extensa de este poema a fin de ilustrar el ambiente hostil
hacia los norteamericanos que va a reinar en las primeras décadas del
siglo. Es digno mencionar que en este momento se tiende a olvidar lo
negativo de la colonización española, ahora entendido como cuna cultural
de un hispanismo que se presenta en completo rechazo de la cultura
norteamericana. Así presenta José de Diego este sentimiento:
Caballeros del Norte mortífico y
fecundo,
también el centro es parte de la
bola del mundo .
..........................................................................
Y, pasando otros siglos, triunfantes
en las olas,
llegaron a estas Islas las naos
españolas.
Naves maravillosas, carabelas
divinas,
aunque con el defecto magno de ser
latinas.
Pues, cuando aparecieron las naves
puritanas,
resultaron las tristes carabelas,
enanas.
.................................................................
Perdonad que estuviéramos tantos
hombres nacidos,
sin que en ello mediaran los Estados
Unidos.
Nacidos en América, sin que
mediarais vos,
por un atrevimiento de la bondad de
Dios.
No somos los más fuertes, ni los
dominadores,
pero somos los hijos de los
Descubridores.
...............................................................
Perdonad, Caballeros, si estamos
inconscientes
de vuestras concepciones del Derecho
de gentes.
Ignoramos aquellas sublimes
concepciones,
que os dieron la simbólica Isla de
los Ladrones.
Ignoramos, en estos históricos
reveses,
la lengua y el sentido de los
pueblos ingleses.
Hablamos otra lengua, otro
pensamiento,
en la onda del espíritu y en la onda
del viento.
y os estamos diciendo hace tiempo en
las dos,
que os vayáis con el diablo y nos
dejéis con Dios. (373-4)
Lo puertorriqueño ahora se define en
relación exclusiva a lo hispánico, en lo literario y cultural, en la
religión, en el idioma y en las costumbres que comparten con las otras
naciones latinoamericanas.
No debemos olvidar que en este
choque de culturas se obvia el componente africano del caribe;
precisamente para llenar ese hueco viene Luis Palés Matos (1898-1959)
con savia nueva, no sólo para la poesía vanguardista y modernista
puertorriqueña, sino, en el plano ideológico, para reclamar la presencia
de lo africano como elemento unificador de la nueva raza antillana y
fuente de energía vital de la raza que habrá de conquistar su libertad.
Para Palés Matos, es necesario reconocer el elemento africano en la
sociedad e historia puertorriqueñas como resultado del sincretismo
cultural antillano que al mismo tiempo propicia la creación de un nuevo
vocabulario poético.
Con obras como Tun tún de pasa y grifería (1937) Palés Matos se
introduce en la corriente general de pan-africanismo que recorre América
desde las ideas de una vuelta espiritual a África del jamaicano Marcus
Garvey hasta la poesía del cubano Nicolás Guillén. Su poesía destaca por
un ritmo innovador mediante el cual introduce el componente africano,
como ocurre en “Danza Negra”: “Calabó y bambú./ Bambú y Calabó./ El Gran
Cocoroco dice: tu-cu-tú./ La Gran Cocoroca dice: to-co-tó./ Es el sol de
hierro que arde en Tombuctú./ Es la danza negra de Fernando Poó.”
(Citado en Manrique 256). Estos ritmos, por primera vez presentes en la
obra poética puertorriqueña verán una continuidad en poetas nuyorican
como Tato Laviera, heredero de la musicalidad de Palés Matos.
En el plano más
general y político el choque entre dos culturas como la hispana y la
anglosajona tan diferentes no podía por menos que provocar un
sentimiento de inferioridad entre los puertorriqueños cuando se intenta
imponer la cultura norteamericana como la más avanzada y se alude a la
cultura hispana como la culpable de todos los defectos de los
puertorriqueños, su analfabetismo, vagancia, conformismo y sumisión. La
lengua, como instrumento cultural, se convierte en tema de calurosos
debates. Por ello no es de extrañar que uno de los primeros objetivos de
los estadounidenses fuera imponer la enseñanza del inglés en los
colegios. A principios de siglo los norteamericanos pensaban que cuanto
antes aprendieran los nativos a hablar inglés, antes se lograría el
desarrollo económico de la isla dentro de un sistema dominado por la
economía estadounidense. Sin embargo, hasta el día de hoy sólo una
cuarta parte de la población puertorriqueña habla inglés con fluidez.
Las negativas
consecuencias y los métodos inadecuados de imposición del inglés y de la
cultura anglosajona que ya veíamos en Zeno Gandía quedan magníficamente
plasmados en el cuento de Abelardo Díaz Alfaro “‘Santa Clo’ llega a La
Cuchilla.” Este relato presenta el impacto que produce la sustitución de
mitos culturales por otros nuevos en un intento de transformar y
americanizar la población. En la escuela se impone la figura de Santa
Claus a los niños a través del inglés, aunque éstos y sus familias
mantienen las figuras de los tres reyes magos a los que están
acostumbrados. El choque cultural y la presión asimilacionista que
ejercen las instituciones norteamericanas en la isla produce un rechazo
frontal por parte de la población. Esto se manifiesta en el relato
cuando al final de una representación escolar aparece Santa Claus
disfrazado, los niños y familiares salen huyendo horrorizados creyendo
que es el mismo diablo. Peyo, quien ya había visto con escepticismo los
intentos de americanización impuestos por el director de la escuela,
comenta: “Mr. Escalera, yo no tengo la culpa de que ese santito no esté
en el santoral puertorriqueño” (112). Se comprueba una vez más que los
primeros intentos de americanización de la isla seguían unas pautas
tradicionalmente colonialistas (al estilo del siglo anterior) muy
distintas a la americanización que el consumismo y el capitalismo tardío
han provocado en la isla.
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El resurgir del jibarismo y lo popular
Las transformaciones en la economía
(aumento de plantaciones azucareras de la costa con capital
norteamericano y merma de las explotaciones cafetaleras) suponen un duro
golpe para la clase hacendada.
Estos cambios también propician la incorporación de los miembros de la
clase trabajadora a la vida política del país, los cuales ven cómo por
fin se frena el poder de la clase propietaria que durante tanto tiempo
los había explotado.
Todo esto conduce a la clase ‘dirigente’ a luchar por la conservación de
los valores culturales del pasado, que no eran otros que aquellos
defendidos por los hacendados. De este modo, se añora el pasado colonial
español, esa época en la que esta clase tenía aún poder sobre el resto
de la población. En el lado opuesto nos encontramos a la clase
trabajadora que sí ve con buenos ojos las libertades que llegaron con
los norteamericanos después de haber sufrido la represión de una clase
dirigente déspota y explotadora.
Incluso el componente femenino del sector elitista se vio beneficiado
con la invasión norteamericana, no siendo entusiastas de un pasado en el
que sus condiciones eran aún peores. En el terreno cultural, la elite
rescata la figura del jíbaro (que además es blanco) y lo hace símbolo de
la cultura popular aunque ya haya desaparecido prácticamente y sólo sea
un recuerdo de los tiempos en los que los hacendados controlaban la
tierra.
Con la depresión económica de finales
de los años veinte se producen ciertos cambios en las relaciones dentro
del triángulo de poder (Proletariado-Norteamericanos-elite criolla): La
economía de plantación que se había impuesto en la isla sufre las
consecuencias de la crisis que afecta profundamente al sistema comercial
capitalista y el desempleo llega alcanzar al 60% de la población activa.
A partir de los años 30 surge un
nuevo sentimiento nacionalista más radical acentuado por la depresión
económica e impulsado por la creación del Partido Nacionalista (1928)
con Albizu Campos al frente. La represión colonial culmina con la
Masacre de Ponce (1937),
el debilitamiento de los independentistas y el comienzo de la emigración
a Estados Unidos. En los años treinta, trabajadores, pequeños colonos y
la nueva burguesía reconvertida de los hacendados fundaban el Partido
Democrático Popular (PPD) que perseguía fundamentalmente luchar
contra el colonialismo explotador norteamericano. Los años cuarenta
están llenos de enfrentamientos políticos dentro de la isla. Este
partido controla el senado isleño desde 1944 a 1964 y emprenden una
serie de medidas económicas que pretenden atraer a empresas subsidiarias
y capital norteamericanos. Esta política fue lo que se llamó “Manos a la
Obra,” un programa por el cual se controló el movimiento obrero
animándole a participar en la industrialización de la isla como solución
económica, congelando los salarios para así atraer la inversión
exterior.
En los
años cuarenta se forma el nuevo Partido Independentista cuya
causa va perdiendo respaldo debido a su inclinación marxista y al auge
del Partido Popular Democrático (PPD) liderado por Luis Muñoz
Marín, quien promete progreso económico antes de conseguir la
independencia, aunque mantiene una situación de ambigüedad política que
continua hasta el presente.
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El Estado Libre Asociado
Cincuenta años después de la
invasión, Estados Unidos concede por fin en 1948 lo que se consideró una
“limosna” política: el pueblo puede elegir a su gobernador pero las
competencias de gobierno siguen siendo inamovibles. Dos años más tarde,
la Ley 600 permite al pueblo puertorriqueño redactar su
constitución, aunque la letra pequeña deja claro quién tiene la última
palabra en este asunto. Esta estrategia de enmascaramiento de una
incómoda situación colonial culmina con la invención en 1952 del
Estado Libre Asociado. Las razones para esta nueva política
estadounidense son expuestas con claridad por Manuel Maldonado Denís en
su estudio Puerto Rico y Estados Unidos: Emigración y colonialismo:
La ONU andaba ya pidiendo la
descolonización de los territorios dependientes. Los Estados Unidos . .
. lograron una resolución favorable a sus intereses: de acuerdo con esta
resolución Puerto Rico era un país con “gobierno propio” y los Estados
Unidos no estarían obligados en lo sucesivo a rendir informes a la ONU
sobre la isla . . . .Al aprobarse la Constitución del ELA mediante
referéndum en 1952, el paso dado por los EEUU ante la ONU servía para
remachar —confiriéndole legitimidad— al status colonial de Puerto
Rico. (60)
Los intelectuales
permanecen frustrados al ver el rumbo que toma la nación perpetuando un
sistema neocolonialista. Destaca en esta época el pesimismo literario de
René Marques, heredero de aquel nacionalismo hispanista cultural basado
en el paternalismo de la burguesía hacendada de cuya expresión se
ocuparon Manuel Zeno Gandía, Antonio Pedreira y Luis Lloréns Torres.
La víspera del hombre (1959) afronta la crisis definitiva de aquella
clase y convierte a René Marques en palabras de Juan Gelpí, en el
“último representante ‘puro’ de la literatura paternalista” (121).
Muchos aún hoy se
preguntan por la pasividad de los puertorriqueños
y la falta de deseo por la autodeterminación. La respuesta se encuentra
posiblemente en una estrategia de ambivalencia cultural y ambigüedad
política. Después de la caída del poder soviético ha sido casi imposible
para muchos de los países latinoamericanos luchar contra la hegemonía
política y económica norteamericana.
Excepto una minoría intelectual independentista, la mayoría de la
población puertorriqueña duda de la capacidad de la isla para seguir
adelante sin Estados Unidos. En tal caso, si después de la independencia
han de volverse satélites de Norteamérica como ya lo son la mayoría de
los otros países latinoamericanos, resulta casi más provechoso seguir
como hasta ahora.
A partir de 1952 Estados Unidos
modifica su estrategia sobre Puerto Rico para evitar sentimientos anti-imperialistas
y ocultar la absorción económica de la isla mientras se transmitía una
ilusión de autonomía cultural.
En los años cincuenta se produce la
industrialización masiva de la isla y el abandono de las explotaciones
azucareras agrarias. Estos cambios desencadenan grandes migraciones a
las principales ciudades, pero la ciudad no puede absorber a tantos
obreros y éstos se ven obligados a malvivir para más tarde emigrar a
Estados Unidos.
También en los años cuarenta y
cincuenta comienza la gran emigración de la clase trabajadora
puertorriqueña a Estados Unidos. La emigración es alentada por la
operación “Manos a la obra,” que intentaba paliar el desempleo de la
isla provocado por el hundimiento de la industria azucarera. Esto
traería consigo aún más problemas para la consolidación de la identidad
nacional que ahora se veía amenazada por la dislocación espacial y la
experiencia del racismo, que les calificaba como ciudadanos
norteamericanos de segunda clase. Este es el caso de Piri Thomas,
puertorriqueño nacido en Nueva York que en Down These Mean Streets
(1967) refleja la problemática del puertorriqueño en busca de una
identidad que se diluye entre diferencias de clase, raza y lengua. Piri
Thomas se plantea lo que significa ser puertorriqueño para alguien que,
como él, no ha nacido ni vivido nunca en Puerto Rico pero a quien la
gente considera afro-americano por el color de su piel. En esta época,
la modernización que tiene lugar en Puerto Rico en las últimas décadas
es muy dependiente del capital extranjero, por lo que la economía se
descalabra y la isla se sumerge en la pobreza cuando las compañías
abandonan la isla o se producen regresiones en la economía
estadounidense.
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La emigración y la literatura contemporánea puertorriqueña
La nueva
generación de escritores y escritoras es consciente de los cambios que
se han ido produciendo en Puerto Rico en el ámbito político y social, y
añaden una nueva perspectiva a la literatura que hasta ahora había sido
casi monopolio exclusivo de la clase burguesa. Aparecen nombres como el
de José Luis González, Emilio Díaz Valcárcel y Pedro Juan Soto, hijos de
la clase trabajadora o de una pequeña burguesía con reciente acceso a la
educación. En Balada de otro tiempo (1981), González pone en duda
el nacionalismo criollo que ha persistido desde finales del siglo
pasado. Las transformaciones que llevan a la población del campo a la
ciudad afectan especialmente a las clases trabajadoras cuya experiencia
no es mediada por la clase dirigente (como solía ser antaño) ya que
éstos últimos han perdido su poder como representantes de la identidad
puertorriqueña y por lo tanto sus discursos han perdido toda autoridad.
Esta situación refleja el doble colonialismo al que Estados Unidos y la
clase burguesa privilegiada
someten a la clase obrera.
Esa clase dirigente había marginado
tradicionalmente a la clase trabajadora y también a los negros y a las
mujeres, quienes comienzan a tomar la palabra en época reciente. Así
surge un grupo de narradoras que por primera vez atacan las relaciones
de género heredadas de la cultura puertorriqueña y supuestos elementos
de la identidad nacional. Estas autoras, que en cierto modo se
beneficiaron de la influencia feminista norteamericana, tienen la dura
labor de revisar elementos culturales y sociales que hasta ahora no se
habían tratado. Un ejemplo claro es el de Rosario Ferré y sus Papeles
de Pandora (1976), donde rescribe los cuentos de hadas a través de
los cuales se han transmitido roles de género impuestos por la sociedad
y la cultura puertorriqueña.
El tema de la emigración a Estados
Unidos también aparece en la literatura isleña a partir de los años
cincuenta, concentrándose en la supervivencia cultural y económica en la
sociedad racista norteamericana. Ejemplos de esta literatura son Pedro
Juan Soto en Spiks (1970), Emilio Díaz Valcárcel en Harlem
todos los días (1978) y José Luis González con En Nueva York y
otras desgracias (1981).
La lengua sigue
siendo un tema muy debatido tanto entre los escritores puertorriqueños
en Estados Unidos y en la isla. Se ha criticado mucho el uso de
spanglish en poesía y narrativa, que según algunos supone una
corrupción del español y de las raíces hispánicas. Sin embargo, muchos
apuntan al spanglish como un efecto irremediable de la situación
en la que ha vivido la población puertorriqueña fuera y dentro de la
isla. Como señala Alfredo Matilla en “The Broken English Dream,” los
poetas en Estados Unidos reconocen los cambios que se han producido
dentro de la cultura puertorriqueña desde 1898 que desembocan cada vez
más en un alejamiento de lo puramente hispánico (307) .
Sin lugar a dudas
se está llegando a cotas de ambivalencia cultural en ambos espacios
geográficos que podemos observar incluso en la obra de escritores y
escritoras isleños como Ana Lydia Vega. En su relato “Pollito Chicken,”
incluido en Vírgenes y Mártires, la narradora muestra dicha
ambivalencia en términos lingüísticos que reflejan claramente la
transformación que ha tenido lugar en el ámbito nacional aunque no deja
de plantear una crítica irónica y aguda sobre las tácticas
norteamericanas en la isla:
Por el camino observó nevertheless
la transformación de Puerto Rico. Le pareció muy encouraging aquella
proliferación de urbanizaciones, fábricas, condominios, carreteras y
shopping centers. Y todavía esos filthy, no good Communist terrorists se
atrevían a hablar de independencia. A ella sí que no le iban a hacer
swallow esa crap. Con lo atrasada y underdeveloped que ella había dejado
esa isla diez años ago. Aprender a hablar good English, a recoger el
trash [sic] que tiraban como savages en las calles y a comportarse como
decent people era lo que tenían que hacer y dejarse de tanto fuss. (77)
En las últimas
décadas, la ambivalencia cultural ha tomado tintes extraordinarios.
Simplemente hay que observar cómo los cambios de gobernador y partido
político en el gobierno de la isla han hecho que cambie a su vez la
política cultural. Durante los primeros años de esta década, con Rafael
Hernández Cruz como gobernador pro-ELA (Estado Libre Asociado o
Commonwealth), se impulsó un proceso de recuperación cultural de las
raíces hispánicas.
No obstante, con la llegada del nuevo gobernador pro-anexionista Pedro
Roselló, se ha producido un retroceso hacia posturas asimilacionistas a
Estados Unidos que propugnan la definitiva anexión.
En los últimos
años han tenido lugar varios plebiscitos en los que se ha consultado a
la población sobre las tres posibilidades de gobierno de la isla
representadas por las fuerzas políticas mayoritarias: la continuidad
como Estado Libre Asociado, la anexión como estado de la Unión y la
independencia definitiva de Estados Unidos. Los últimos plebiscitos
presentaban siempre como ganadora la papeleta de la ELA, aunque con un
ligero margen superior a la de anexión a Estados Unidos. Sin embargo,
estos plebiscitos no tenían otra función que la de ser meros
orientadores de la opinión popular puesto que sus resultados nunca han
sido vinculantes para el congreso de Estados Unidos que, como hasta
ahora, siempre ha tenido la última palabra.
El plebiscito del
13 de Diciembre de 1998 fue sin duda insólito y muy ilustrativo del
panorama político puertorriqueño. Los votantes tenían que elegir entre
cinco papeletas u opciones: La opción 1 era la del Estado Libre Asociado
“territorial”; la opción 2 era la de Libre Asociación; la opción 3 era
la de la estadidad y la opción 4 pedía la independencia y la opción 5
rechazaba todas las anteriores. La opción 5 fue la vencedora en el
plebiscito seguida por la opción 3 de la estadidad. Obviamente, un gran
sector de la población que apoya al Partido Popular Democrático,
defensor de la continuidad del E.L.A., votó esta opción como protesta
por la definición “territorial” del ELA impuesta por el partido en el
gobierno, el Partido Nuevo Progresista (PNP), que persigue la estadidad
para Puerto Rico. Por lo tanto, los resultados de este plebiscito vienen
a apoyar aún más nuestra visión de la situación puertorriqueña en
términos de ambigüedad y ambivalencia evidentes. El futuro de Puerto
Rico sigue siendo incierto, tal y como era hace exactamente un siglo.
No obstante, la
experiencia bajo la colonización norteamericana ya ha marcado y
transformado irreversiblemente la identidad cultural de la población
puertorriqueña fuera y dentro de la isla. Algunos ven en el caso de
Puerto Rico un símbolo del futuro de la cultura hispánica que poco a
poco se desvanecerá bajo la influencia del coloso norteamericano. La
historia de Puerto Rico en el siglo XX parece confirmar su función como
escaparate del capitalismo liberal norteamericano frente al comunismo
que Cuba representa. Este hecho hace que muchos aún sigan considerando
la situación casi colonial de la isla como la vergüenza política del
mundo occidental en el siglo XXI si su estatus colonial disfrazado bajo
el Estado Libre Asociado persiste. Otros, al contrario, admiran esta
ambivalencia cultural como respuesta a la influencia norteamericana.
Sin duda, en Puerto Rico el
colonialismo moderno está tomando nuevas direcciones y sólo queda
preguntarse qué derroteros va a seguir esta colonia, postmoderna al fin
y al cabo por la inestabilidad de su definición, por su ambigüedad y su
desafío a modelos tradicionales de colonialismo e identidad cultural.