Historia literaria de Puerto Rico

La narrativa puertorriqueña de Estados Unidos resultaría un producto aislado y poco significativo si no tuviéramos presente la herencia cultural y literaria de la que procede. Para ello proponemos una breve panorámica sobre cómo la producción literaria puertorriqueña ha respondido a las consecuencias políticas, sociales y culturales de la colonización de la isla durante quinientos años por España y Estados Unidos.[1] Lo que nos interesa recalcar aquí es sobre todo el componente socio-histórico y político que predomina visiblemente en la literatura, a través del cual podemos apreciar la evolución de la identidad puertorriqueña.

 

 

  De la conquista al siglo XIX

 

Una visión retrospectiva de la historia de Puerto Rico nos lleva sin duda a tiempos precolombinos en los que los taínos eran los habitantes de una isla a la que llamaban Borinquen. La isla que encuentran los españoles en 1492 es una isla con una sociedad establecida y organizada. Esta sociedad tribal está compuesta de un pueblo indígena, los taínos, procedentes de América del Sur que habían emigrado a las islas del Caribe. Al contrario que los caribes, los taínos eran más pacíficos y sedentarios lo que facilitó su control por los españoles. Esta sociedad tribal ya estaba estructurada por clases encabezada por el jefe general de la tribu que delegaba en otros jefes subordinados regionales que recogían tributos y organizaban las familias tribales. Hasta la llegada de los españoles los taínos no tenían historia escrita sino oral transmitida a través de los “areítos,” cantos que se bailaban en festivales y celebraciones épicas. Narraban, entre otros temas, genealogías, buenas y malas cosechas, sucesos destacables en la historia de la tribu y hazañas épicas. Tenían una función muy similar a cantares medievales europeos como el “Cantar de Mío Cid” en España, “La chanson de Roland” en Francia o “Beowulf” en Gran Bretaña.

El 19 de noviembre de 1493 descubrió Cristóbal Colón la isla que llamó en principio “San Juan de Puerto Rico,” e instauró el gobierno de la isla como enclave comercial y militar estratégico en América. Los españoles utilizaron la estructuración social anterior, pero la clase dirigente fue sustituida por miembros de las familias conquistadoras que ejercían la misma función que los jefes regionales. Hasta 1519 Puerto Rico es una isla de mucha importancia y destino migratorio aunque no posea riquezas naturales; después de la conquista de México pierde interés y se vuelve un mero baluarte logístico y estratégico como lugar de paso, control y abastecimiento en el Caribe. Su falta de minerales preciosos y su escasez de riquezas naturales provoca el progresivo descenso de la mano de obra migratoria que ahora se dirige a otras tierras del continente más ricas.

Durante el siglo XVII la colonia sufre un gran atraso debido a la escasez de oro, la falta de comunicación con la metrópoli y la inmigración de los nuevos pobladores a otras colonias más prósperas. En el siglo XVIII España facilita el desarrollo de la isla convirtiéndola en segunda plaza fuerte de América, favoreciendo el comercio con otras naciones e incitando la inmigración de colonos y la explotación de monocultivos. Durante el siglo XIX Puerto Rico contempla cómo sus colonias hermanas en el continente consiguen la independencia mientras la isla sufre junto a Cuba el declive del imperio español. Tan sólo un año después de conseguir la carta autonómica que facilitaba el acceso al poder de la clase criolla, la guerra hispano-americana frustra las esperanzas de independencia para la isla.

Las primeras manifestaciones escritas tras la conquista son las “Crónicas de Indias” en las que se narra la conquista y asentamiento en las nuevas tierras.[2] En estas crónicas se narra cómo se establece el poder, se justifican y ensalzan las conquistas sobre los nativos.  A la hora de describir estas nuevas tierras los cronistas la mitifican como una tierra maravillosa a la que el lenguaje puede escasamente describir. De este modo más que describir América, las crónicas “inventan” América, creando una imagen extraordinaria de este nuevo mundo. La crónica de Gonzalo Fernández de Oviedo es considerada una de las crónicas oficiales de las indias con claro enfoque antropológico en el que se racionaliza y explica la pacificación española con un lenguaje que va más allá de lo meramente descriptivo. Es ésta una narrativa en la que se presenta América como el “Otro” exótico, como una tierra maravillosa que espera ser moldeada. El punto de vista de la narración es aquel del ojo testigo de los sucesos. A partir de 1550 las crónicas o relatos de indias no se limitan a describir el territorio y el desarrollo de la conquista sino que cada vez tienen más conciencia de estar escribiendo una historia insólita y trascendente que necesitan acercar al público (y a la corona por supuesto) en España.

En 1589 escribe un joven poeta andaluz, Juan de Castellanos, las Elegías de varones ilustres de indias, sobre el que Josefina Rivera puntualiza que “con sus ciento cincuenta mil endecasílabos, viene a ser, curiosamente, el poema más largo de la literatura hispánica” (22). En este poema se introducen por primera vez en la literatura elementos de la realidad histórica, geográfica y humana de Puerto Rico a través de nombres de lugares de la isla, ríos y plantas, costumbres y acontecimientos. Contrasta con la visión de esta obra, la impresión negativa que se llevó Fray Damián López de Haro de la colonia de Puerto Rico y que quedó fielmente reflejada en su Relación del viaje y embarcación y demás sucesos de Puerto Rico del Obispo de Puerto Rico (1644) donde expresa su exasperación por el terrible retraso en que encontró la isla, siendo muy sarcástico y mordaz con los habitantes de la isla y muy crítico desde el punto de vista socioeconómico.

Hasta 1680 no encontramos al primer poeta criollo, Francisco de Ayerra y Santa María (1630-1708). Según comenta el crítico José Luis González en Literatura y sociedad en Puerto Rico, tuvo Ayerra una estrecha amistad con Góngora, cuyo verso cultivó pero que aún no refleja un claro “sentir puertorriqueño” (57), aunque sí se reconoce en su obra un tema local aunque se encuentre éste adornado por meros ejercicios estilísticos. En el periodo comprendido entre 1750 y 1850 tienen lugar importantes cambios estructurales en la isla: comienzan a florecer las ciudades y se estimula la producción agraria, ―mermada por el mal reparto de la tierra―, a través de las “Cédulas de Gracias” que ofrece nuevas tierras para crear pequeñas plantaciones permitiendo también traer esclavos para trabajar. También se estimula de este modo la emigración procedente de las otras islas.

 

 

  El surgir de la conciencia puertorriqueña

 

Tal y como coinciden varios críticos (José Luis González y Josefina Ribera),[3] hasta el siglo XIX no encontramos el verdadero nacimiento de la literatura puertorriqueña con conciencia de identidad cultural y nacional propia. Ya en 1817 aparecen en los primeros periódicos puertorriqueños unas décimas anónimas de tema patriótico donde sus autores son conscientes de la división entre íberos y criollos. Pero no será hasta la publicación en Barcelona del Aguinaldo Puertorriqueño (1843) y del Álbum Puertorriqueño (1844) cuando veamos florecer a un grupo de estudiantes de la burguesía criolla con inquietudes literarias e intelectuales empeñados en desarrollar una literatura propia desafiando así la censura española en la isla.

Es quizás la primera vez en la que, de modo más que embriónico, se halla un énfasis en lo distintivo de los locales y en la experiencia criolla.[4] Este grupo de jóvenes escritores impulsa un criollismo patriótico basado en gran medida en el costumbrismo romántico. Saben que muy pronto serán ellos la clase privilegiada, pero observamos una reacción aparentemente contradictoria: por un lado, intentan sustituir lo nativo por lo español, enfatizando aquello que es autóctono de Puerto Rico como su folklore, su modo de ser pero, por otro lado, y como miembros de una clase burguesa criolla en auge, rechazan lo popular y chabacano del jíbaro, el campesino puertorriqueño, cuya pasividad supone un freno a los proyectos de esta clase.

El Jíbaro (1849) de Manuel Alonso, es ejemplo de esa ideología y ya el título de la colección hace hincapié en lo local (no hay jíbaros en España). [5] Alonso relata lo distintivo de Puerto Rico como las costumbres y maneras y alude ya a ese nuevo puertorriqueño criollo y a esas costumbres propias de la nueva burguesía que animan al progreso en contraste con otras costumbres, más propias de los jíbaros y por lo tanto más vulgares. Sirva como ejemplo el soneto “El Puertorriqueño” que presenta el retrato de un miembro de esta incipiente burguesía criolla de aspecto y raigambre española (¡no mulata!) como se puede apreciar:[6]

 

Color moreno, frente despejada

mirar lánguido, altivo y penetrante,

la barba negra, pálido el semblante,

rostro enjuto, nariz proporcionada.

Mediana talla, marcha acompasada;

el alma de ilusiones anhelante,

agudo ingenio, libre y arrogante,

pensar inquieto, mente acalorada;

humano, afable, justo, dadivoso,

en empresas de amor siempre variable,

tras la gloria y placer siempre afanoso,

y en amor a su patria insuperable.

Este es, a no dudarlo, fiel diseño

para copiar un buen puertorriqueño. (Alonso 1968, 71)

 

Este poema contrasta con cuadros costumbristas dentro del mismo libro como “Un casamiento jíbaro” en forma de coplas populares, donde se recoge la cultura y el folklore popular propios de la isla. No obstante, al mismo tiempo se critica veladamente sobre otra de las características de la población campesina: su pasividad y su conformismo.

En esta época también se desarrollan diferentes opciones y visiones sobre cual debe ser la relación con la metrópolis. Entre estas opciones están el asimilacionismo representado por un conservadurismo recalcitrante que propugna una unión incondicional como parte de España; el autonomismo representado por liberales moderados que reclaman más libertad con un gobierno local que reconozca las necesidades locales; y el independentismo que no cree en el autonomismo y reclama soberanía total para un pueblo con personalidad y cultura propias. Este sentir patriótico se va afianzando en las letras isleñas, como podremos observar, aunque es cierto que la opción independentista es la que menos apoyo tiene de la clase burguesa que supuestamente es la que debería impulsar el proceso de independencia tras el cual habrá de tomar las riendas de la nación.[7]

Entre los poetas de esta época se encuentran aquellos que escriben dentro del romanticismo tardío como es el caso de José Gautier Benítez, primera figura poética pero cuyo nacionalismo sentimental se pierde en bellas descripciones de la patria, personaje fundamental, y en los sentimientos que ésta inspira como si de una amada se tratase:

 

Y brotas a mi deseo

Como espléndido miraje,

Ornada con el ropaje del amor con que te veo

Y yo patria que te quiero

Yo que por tu amor deliro,

Que lejos de ti suspiro

Que lejos de ti me muero. (Rosa-Nieves 100)

Más propensa a la acción, además de profesarse en las letras, era Lola Rodríguez de Tió (1843-1924), una de las primeras conciencias patrióticas que dedica su vida a la actividad independentista con fervor y pasión, como podemos apreciar en su poema “La Borinqueña” inspirado por los ideales de la insurrección fallida del Grito de Lares en 1868 y que después se convertiría en himno nacional.[8] Así comienza este poema:

 

¡Despierta, borinqueño,

que han dado la señal!

¡Despierta de ese sueño,

que es hora de luchar!

A ese llamar patriótico,

¿no arde tu corazón? (64)

 

Francisco Gonzalo Marín, conocido como Pachín Marín (1863-1896), vivió al igual que Julia de Burgos exiliado gran parte de su vida, aunque siempre estuvo dentro de la vorágine de la causa libertaria nacionalista colaborando con independentistas en Cuba y otros países. Una diferencia con otros literatos preocupados por el tema nacional era su procedencia social y su participación política ya que Pachín Marín, mulato de orígenes humildes, luchaba junto a los más revolucionarios. Su poesía apasionada y rebelde, recogida en la Antología editada por María Teresa Babín, le consolida como nacionalista revolucionario al que habrían de ver como mito generaciones posteriores de independentistas.

El ya mencionado Grito de Lares, primera y última insurrección por la independencia de Puerto Rico, tuvo lugar el 23 de Septiembre de 1868. La revuelta fracasó debido a una traición interna, a la tardía llegada de Emeterio Betances con armas y a la falta de apoyo generalizado por la población. No obstante, la revuelta sirvió para traer mejoras como la abolición de la esclavitud a partir de 1869 además de libertades políticas y económicas. Las esperanzas de conseguir la independencia se desvanecen poco a poco. Aun así, aprovechando la inestabilidad política en España, se suceden revueltas generalizadas que obligan a España a conceder un estatuto de autonomía[9] que daba más poder a la clase criolla dominante pero que no dejaba espacio para más libertades.

Entre los miembros de esta clase destaca Manuel Zeno Gandía (1855-1930), profundamente influenciado por el naturalismo de Emile Zola. Su narración está impregnada por una actitud distante que observa al detalle aquellos aspectos negativos de su sociedad. Tal distanciamiento venía precedido de largas estancias en Europa que le permitieron ser consciente de las diferencias con respecto a la vida en la isla. En la trilogía que recogió bajo el título Crónicas de un mundo enfermo, Zeno presenta un panorama de decepción con su propio pueblo en su serie de novelas. Nos recuerda Zeno a aquellos jóvenes del Aguinaldo Puertorriqueño con la diferencia de que el desilusionado Zeno ataca a todas las clases por igual. En La Charca (1894), considerada la novela más sobresaliente de la historia literaria de Puerto Rico, se aprecia que nada ha cambiado en Puerto Rico. La enfermedad del jíbaro se ha contagiado a todos los estratos de la sociedad que ven pasivamente cómo se escapa la posibilidad de liberarse del yugo español.

 

 

  El desastre del 98

 

En el año 1898 se produce un cambio determinante en la historia de Puerto Rico que acaba de estrenar su recientemente concedida autonomía y que ve llegar una nueva etapa de colonialismo que frena los impulsos recientes por consolidar una identidad nacional propia. La situación se volverá más compleja en el plano cultural por la relación entre dos culturas, la anglosajona y la hispana, tan diferentes entre sí y obligadas a convivir y luchar por encontrar un espacio en el panorama cultural y político de la isla a lo largo del siglo XX.

La invasión de Puerto Rico, aunque no sea el destino de conmemoraciones como las de 1998, fue casi una muerte anunciada, ya que desde mucho antes de comenzar la sublevación cubana, Estados Unidos había hecho público su objetivo de apropiarse de la isla de Puerto Rico y del archipiélago filipino. No era ése el caso de Cuba, a la que Estados Unidos nunca ambicionó como futuro territorio norteamericano, sino como baluarte comercial y logístico. De este modo, el apoyo que Estados Unidos prestaría a Cuba para conseguir su independencia serviría como excusa para lograr el objetivo ya mencionado y así también, Estados Unidos resaltaría su papel de adalid mundial de la libertad de los pueblos mientras sutilmente explotaba a tantos otros, como en el caso de Puerto Rico, Guam y las Filipinas.

El 10 de Mayo comenzaron los enfrentamientos entre las fuerzas españolas y norteamericanas en la isla. Dos días después la escuadra estadounidense bombardeó San Juan y en los meses siguientes se sucedieron ataques entre buques de ambos bandos. El día 25 de julio de 1898 las tropas norteamericanas desembarcaron en la bahía de Guánica, al sur de Puerto Rico, y prosiguieron el avance hasta someter las fuerzas españolas en los sucesivos encuentros en Fajardo, Coamo, Guamán y Aibonito. Sorprendentemente, el 21 de Julio, tan sólo cuatro días antes del desembarco, España había pedido al presidente McKinley el cese de las hostilidades para evitar más derramamiento de sangre. La invasión norteamericana aparentemente se redujo a un gesto de prepotencia militar, ya que el escaso poder de las fuerzas defensoras de la isla preveía una invasión cuyo éxito estaba asegurado. El 28 de Julio, las fuerzas norteamericanas ya dominaban casi toda la isla.[10]

A la llegada al poder del coloso norteamericano le sucede un periodo de opresión y cambio que supone un paso atrás en la evolución política de Puerto Rico. Tras la invasión se impone un gobierno militar que desemboca en una Carta Orgánica aprobada por el Congreso de Estados Unidos (Ley Foraker de 1900) que da a Washington todo poder legislativo sobre Puerto Rico. La isla sirve como lugar de experimentación tanto en lo político y lo económico como en lo cultural. Estados Unidos ensaya con ilusión un moderno sistema de colonización heredado de las antiguas potencias que le sirva en el futuro para ejercer un poder ilimitado sobre el continente. Se intentan disfrazar estos antiguos modelos de colonización bajo la máscara de una ideología y política liberalizadora que traerá prosperidad y libertad al continente americano. En 1917 se remata la situación con la Ley Jones que dispone que el gobernador y su gabinete serán nombrados por el gobierno norteamericano y el pueblo sólo podrá elegir a la cámara de delegados. Esta ley también concede, por la fuerza, la ciudadanía norteamericana a todos los puertorriqueños, con lo cual la primera guerra mundial encuentra a muchos en sus filas.

En las primeras décadas del siglo, la economía de Puerto Rico sufre un cambio estructural que beneficia los monopolios norteamericanos. El tradicional cultivo del café es sustituido por el azúcar. El control de la tierra y los medios de producción pasan a manos norteamericanas. El gobierno militar impone el dólar tras la devaluación del peso que antes valía cien centavos y ahora se cambia por sólo sesenta centavos. Estos cambios facilitan la compra de tierras por corporaciones norteamericanas que acaban monopolizando la tierra y la producción. El cultivo del café se va a pique puesto que el principal comprador de café había sido España y Europa pero ahora, se imponen unas tasas que impiden la exportación de productos puertorriqueños a otros países aparte de Estados Unidos que también impone tasas arancelarias. Además, todos los productos de la isla debían ser transportados en barcos norteamericanos. De este modo el poder productivo de la población isleña cae drásticamente mientras la isla se convierte en un gran latifundio. Las consecuencias de estos cambios económicos fueron muy importantes. El pequeño campesino de la montaña productor de café se ve arruinado y despojado de sus tierras, por lo que tiene que buscar trabajo en las grandes factorías azucareras que se concentraban en la costa.

Esta generación intenta asimilar las consecuencias funestas de 1898: la economía sufre un cambio estructural que beneficia los monopolios norteamericanos del azúcar y la reestructuración de la propiedad acaba con el control local de la propiedad. En la política, Estados Unidos ejerce control total y provoca diferentes reacciones en la sociedad: la clase burguesa mercantil es consciente del mercado que se abre ante ellos aunque desconfían de las intenciones de Estados Unidos que no sólo quiere ampliar su mercado sino controlar la producción de la isla, como podrán observar con el paso del tiempo; los hacendados ven cómo se transforma la economía en perjuicio de las haciendas y su explotación tradicional. La elite social tenía dos sectores diferenciados: uno más conservador, el de los hacendados y otro más liberal, el de los profesionales entre los que se encuentran los intelectuales Manuel Alonso, Alejandro Tapia, Eugenio María de Hostos y Manuel Zeno Gandía quienes comenzaron a forjar la literatura puertorriqueña. Esta clase social sufrió un evidente deterioro con la llegada de los norteamericanos ya que aunque acogió con los brazos abiertos la invasión norteamericana pensando que pronto se verían anexionados a la nación más democrática y poderosa, pronto se dieron cuenta de que la anexión no se encontraba entre los planes de los norteamericanos y que lo que en realidad perseguían era la consolidación de un sistema colonial de imposición cultural, lingüística y política.

La población obrera, eminentemente rural, fue la que menos rechazo mostró hacia la llegada al poder de los norteamericanos al ver en Estados Unidos una liberación de la explotación que sufrían con los hacendados. En esta época comienza la emigración que más tarde sería impulsada por el propio gobierno norteamericano para compensar la superpoblación y depresión económica de la isla. También Manuel Zeno Gandía, que antes había atacado la pasividad de la población ante el yugo español, ahora ataca de lleno al imperialismo y la explotación norteamericana en El negocio (1922) y Los Redentores (1925). El autor también alude al difícil problema del idioma en Redentores (1925), que presenta el diálogo conflictivo entre el Padre Nicolás y Mr McClave. Éste ultimo “insistía en inglés en que la lengua castellana era inferior y que el inglés era la panacea para llegar en su día al gobierno propio” (34), a lo que el padre Nicolás responde:

 

¿A quién ocurriría cambiar la fisonomía de un hombre? . . . Las lenguas son la fisonomía de los pueblos. . . . No son los congresos ni sus criados los que, tirando por las ventanas los presupuestos, pueden enseñar inglés a un pueblo, a menos que no sea dentro de las condiciones que la naturaleza ha provisto. (34)

 

Como podemos apreciar, la prosa realista de Zeno Gandía evoluciona a partir de La charca hacia un pesimismo más acentuado en sus últimas obras, donde se lleva a cabo una crítica directa a la invasión cultural norteamericana y a sus falsas pretensiones de ayudar al pueblo puertorriqueño.

 

 

  Reacciones al proyecto asimilacionista

 

La comunidad intelectual perteneciente a la clase media-alta criolla se sintió igualmente decepcionada y aturdida por los acontecimientos y sus repercusiones. La fecha de 1898 marca el hito histórico divisorio dentro de la literatura puertorriqueña marcada por un pesimismo y frustración que hace volver la vista atrás a las raíces hispánicas. En las primeras décadas Estados Unidos emprende un agresivo plan de asimilación cultural y de imposición del inglés. La respuesta intelectual es una vuelta a un pasado edénico hispánico que se vuelve a definir. La producción literaria se resiente de todo esto mientras en Hispanoamérica triunfa el modernismo como expresión de la revolución ideológica americana.

Entre los poetas de esta época destacan José de Diego (1866-1959) y Luis Lloréns Torres (1878-1944) que representan un discurso anticolonial de preocupaciones exclusivamente culturales[11] basado en un pan-hispanismo opuesto a lo anglosajón lingüística, religiosa y culturalmente. Es necesario mencionar que muchos de estos intelectuales ejercían un patriotismo simbólico, como en el caso de José de Diego, ya que por un lado ensalzaban el pasado hispánico, el cristianismo y la herencia española y, por otro, se beneficiaban de la influencia americana económicamente. Este es un pequeño ejemplo de la poesía que abunda en esta época:

 

Colgadme al pecho, después que muera,

mi verde escudo en un relicario;

cubridme todo con el sudario,

con el sudario de tres colores de mi bandera. (123) [12]

 

La poesía de Lloréns Torres, perteneciente a la elite criolla tradicional, representa esa vuelta al pasado idílico a través de la poesía pastoral donde el jíbaro ya no es sólo un instrumento de afirmación de lo autóctono sino un símbolo nacional. Para él y para José de Diego, la identidad nacional se define por medio de unos parámetros de religión, lengua y raza que reflejan y favorecen tanto lo español como al blanco criollo, ignorando así el componente africano de la población. La nostalgia impregna esta vuelta al pasado donde se creen encontrar las raíces auténticas de lo puertorriqueño. Se vuelve a un latinismo que les une con las naciones hermanas latinoamericanas a través de un pasado cultural común, opuesto a la asimilación cultural que trata de imponer Estados Unidos. Esta idea reaparece constantemente entre los intelectuales puertorriqueños y encuentra también eco en otros intelectuales latinoamericanos que ven con recelo el creciente poder norteamericano sobre el continente; tal es el caso de José Martí en Nuestra América y de Rubén Darío en “Oda a Roosevelt.”

Dentro de esta corriente aparece José de Diego que nos recuerda a Rubén Darío en sus “Aleluyas” dedicadas a “los caballeros del Norte.” Me permito recoger una parte extensa de este poema a fin de ilustrar el ambiente hostil hacia los norteamericanos que va a reinar en las primeras décadas del siglo. Es digno mencionar que en este momento se tiende a olvidar lo negativo de la colonización española, ahora entendido como cuna cultural de un hispanismo que se presenta en completo rechazo de la cultura norteamericana. Así presenta José de Diego este sentimiento:

 

Caballeros del Norte mortífico y fecundo,

también el centro es parte de la bola del mundo .

..........................................................................

Y, pasando otros siglos, triunfantes en las olas,

llegaron a estas Islas las naos españolas.

Naves maravillosas, carabelas divinas,

aunque con el defecto magno de ser latinas.

Pues, cuando aparecieron las naves puritanas,

resultaron las tristes carabelas, enanas.

.................................................................

Perdonad que estuviéramos tantos hombres nacidos,

sin que en ello mediaran los Estados Unidos.

Nacidos en América, sin que mediarais vos,

por un atrevimiento de la bondad de Dios.

No somos los más fuertes, ni los dominadores,

pero somos los hijos de los Descubridores.

...............................................................

Perdonad, Caballeros, si estamos inconscientes

de vuestras concepciones del Derecho de gentes.

Ignoramos aquellas sublimes concepciones,

que os dieron la simbólica Isla de los Ladrones.

Ignoramos, en estos históricos reveses,

la lengua y el sentido de los pueblos ingleses.

Hablamos otra lengua, otro pensamiento,

en la onda del espíritu y en la onda del viento.

y os estamos diciendo hace tiempo en las dos,

que os vayáis con el diablo y nos dejéis con Dios. (373-4)

 

Lo puertorriqueño ahora se define en relación exclusiva a lo hispánico, en lo literario y cultural, en la religión, en el idioma y en las costumbres que comparten con las otras naciones latinoamericanas.

No debemos olvidar que en este choque de culturas se obvia el componente africano del caribe; precisamente para llenar ese hueco viene Luis Palés Matos (1898-1959) con savia nueva, no sólo para la poesía vanguardista y modernista puertorriqueña, sino, en el plano ideológico, para reclamar la presencia de lo africano como elemento unificador de la nueva raza antillana y fuente de energía vital de la raza que habrá de conquistar su libertad. Para Palés Matos, es necesario reconocer el elemento africano en la sociedad e historia puertorriqueñas como resultado del sincretismo cultural antillano que al mismo tiempo propicia la creación de un nuevo vocabulario poético.[13] Con obras como Tun tún de pasa y grifería (1937) Palés Matos se introduce en la corriente general de pan-africanismo que recorre América desde las ideas de una vuelta espiritual a África del jamaicano Marcus Garvey hasta la poesía del cubano Nicolás Guillén. Su poesía destaca por un ritmo innovador mediante el cual introduce el componente africano, como ocurre en “Danza Negra”: “Calabó y bambú./ Bambú y Calabó./ El Gran Cocoroco dice: tu-cu-tú./ La Gran Cocoroca dice: to-co-tó./ Es el sol de hierro que arde en Tombuctú./ Es la danza negra de Fernando Poó.” (Citado en Manrique 256). Estos ritmos, por primera vez presentes en la obra poética puertorriqueña verán una continuidad en poetas nuyorican como Tato Laviera, heredero de la musicalidad de Palés Matos. 

En el plano más general y político el choque entre dos culturas como la hispana y la anglosajona tan diferentes no podía por menos que provocar un sentimiento de inferioridad entre los puertorriqueños cuando se intenta imponer la cultura norteamericana como la más avanzada y se alude a la cultura hispana como la culpable de todos los defectos de los puertorriqueños, su analfabetismo, vagancia, conformismo y sumisión. La lengua, como instrumento cultural, se convierte en tema de calurosos debates. Por ello no es de extrañar que uno de los primeros objetivos de los estadounidenses fuera imponer la enseñanza del inglés en los colegios. A principios de siglo los norteamericanos pensaban que cuanto antes aprendieran los nativos a hablar inglés, antes se lograría el desarrollo económico de la isla dentro de un sistema dominado por la economía estadounidense. Sin embargo, hasta el día de hoy sólo una cuarta parte de la población puertorriqueña habla inglés con fluidez.

Las negativas consecuencias y los métodos inadecuados de imposición del inglés y de la cultura anglosajona que ya veíamos en Zeno Gandía quedan magníficamente plasmados en el cuento de Abelardo Díaz Alfaro “‘Santa Clo’ llega a La Cuchilla.” Este relato presenta el impacto que produce la sustitución de mitos culturales por otros nuevos en un intento de transformar y americanizar la población. En la escuela se impone la figura de Santa Claus a los niños a través del inglés, aunque éstos y sus familias mantienen las figuras de los tres reyes magos a los que están acostumbrados. El choque cultural y la presión asimilacionista que ejercen las instituciones norteamericanas en la isla produce un rechazo frontal por parte de la población. Esto se manifiesta en el relato cuando al final de una representación escolar aparece Santa Claus disfrazado, los niños y familiares salen huyendo horrorizados creyendo que es el mismo diablo. Peyo, quien ya había visto con escepticismo los intentos de americanización impuestos por el director de la escuela, comenta: “Mr. Escalera, yo no tengo la culpa de que ese santito no esté en el santoral puertorriqueño” (112). Se comprueba una vez más que los primeros intentos de americanización de la isla seguían unas pautas tradicionalmente colonialistas (al estilo del siglo anterior) muy distintas a la americanización que el consumismo y el capitalismo tardío han provocado en la isla.

 

 

  El resurgir del jibarismo y lo popular

 

Las transformaciones en la economía (aumento de plantaciones azucareras de la costa con capital norteamericano y merma de las explotaciones cafetaleras) suponen un duro golpe para la clase hacendada.[14] Estos cambios también propician la incorporación de los miembros de la clase trabajadora a la vida política del país, los cuales ven cómo por fin se frena el poder de la clase propietaria que durante tanto tiempo los había explotado.[15] Todo esto conduce a la clase ‘dirigente’ a luchar por la conservación de los valores culturales del pasado, que no eran otros que aquellos defendidos por los hacendados. De este modo, se añora el pasado colonial español, esa época en la que esta clase tenía aún poder sobre el resto de la población. En el lado opuesto nos encontramos a la clase trabajadora que sí ve con buenos ojos las libertades que llegaron con los norteamericanos después de haber sufrido la represión de una clase dirigente déspota y explotadora.[16] Incluso el componente femenino del sector elitista se vio beneficiado con la invasión norteamericana, no siendo entusiastas de un pasado en el que sus condiciones eran aún peores. En el terreno cultural, la elite rescata la figura del jíbaro (que además es blanco) y lo hace símbolo de la cultura popular aunque ya haya desaparecido prácticamente y sólo sea un recuerdo de los tiempos en los que los hacendados controlaban la tierra.[17]

Con la depresión económica de finales de los años veinte se producen ciertos cambios en las relaciones dentro del triángulo de poder (Proletariado-Norteamericanos-elite criolla): La economía de plantación que se había impuesto en la isla sufre las consecuencias de la crisis que afecta profundamente al sistema comercial capitalista y el desempleo llega alcanzar al 60% de la población activa.

A partir de los años 30 surge un nuevo sentimiento nacionalista más radical acentuado por la depresión económica e impulsado por la creación del Partido Nacionalista (1928) con Albizu Campos al frente. La represión colonial culmina con la Masacre de Ponce (1937),[18] el debilitamiento de los independentistas y el comienzo de la emigración a Estados Unidos. En los años treinta, trabajadores, pequeños colonos y la nueva burguesía reconvertida de los hacendados fundaban el Partido Democrático Popular (PPD) que perseguía fundamentalmente luchar contra el colonialismo explotador norteamericano. Los años cuarenta están llenos de enfrentamientos políticos dentro de la isla. Este partido controla el senado isleño desde 1944 a 1964 y emprenden una serie de medidas económicas que pretenden atraer a empresas subsidiarias y capital norteamericanos. Esta política fue lo que se llamó “Manos a la Obra,” un programa por el cual se controló el movimiento obrero animándole a participar en la industrialización de la isla como solución económica, congelando los salarios para así atraer la inversión exterior.[19]

En los años cuarenta se forma el nuevo Partido Independentista cuya causa va perdiendo respaldo debido a su inclinación marxista y al auge del Partido Popular Democrático (PPD) liderado por Luis Muñoz Marín, quien promete progreso económico antes de conseguir la independencia, aunque mantiene una situación de ambigüedad política que continua hasta el presente.

 

 

  El Estado Libre Asociado

 

Cincuenta años después de la invasión, Estados Unidos concede por fin en 1948 lo que se consideró una “limosna” política: el pueblo puede elegir a su gobernador pero las competencias de gobierno siguen siendo inamovibles. Dos años más tarde, la Ley 600 permite al pueblo puertorriqueño redactar su constitución, aunque la letra pequeña deja claro quién tiene la última palabra en este asunto. Esta estrategia de enmascaramiento de una incómoda situación colonial culmina con la invención en 1952 del Estado Libre Asociado. Las razones para esta nueva política estadounidense son expuestas con claridad por Manuel Maldonado Denís en su estudio Puerto Rico y Estados Unidos: Emigración y colonialismo:[20]

 

La ONU andaba ya pidiendo la descolonización de los territorios dependientes. Los Estados Unidos . . . lograron una resolución favorable a sus intereses: de acuerdo con esta resolución Puerto Rico era un país con “gobierno propio” y los Estados Unidos no estarían obligados en lo sucesivo a rendir informes a la ONU sobre la isla . . . .Al aprobarse la Constitución del ELA mediante referéndum en 1952, el paso dado por los EEUU ante la ONU servía para remachar —confiriéndole legitimidad— al status colonial de Puerto Rico. (60)

 

Los intelectuales permanecen frustrados al ver el rumbo que toma la nación perpetuando un sistema neocolonialista. Destaca en esta época el pesimismo literario de René Marques, heredero de aquel nacionalismo hispanista cultural basado en el paternalismo de la burguesía hacendada de cuya expresión se ocuparon Manuel Zeno Gandía, Antonio Pedreira y Luis Lloréns Torres. La víspera del hombre (1959) afronta la crisis definitiva de aquella clase y convierte a René Marques en palabras de Juan Gelpí, en el “último representante ‘puro’ de la literatura paternalista” (121).

Muchos aún hoy se preguntan por la pasividad de los puertorriqueños[21] y la falta de deseo por la autodeterminación. La respuesta se encuentra posiblemente en una estrategia de ambivalencia cultural y ambigüedad política. Después de la caída del poder soviético ha sido casi imposible para muchos de los países latinoamericanos luchar contra la hegemonía política y económica norteamericana.[22] Excepto una minoría intelectual independentista, la mayoría de la población puertorriqueña duda de la capacidad de la isla para seguir adelante sin Estados Unidos. En tal caso, si después de la independencia han de volverse satélites de Norteamérica como ya lo son la mayoría de los otros países latinoamericanos, resulta casi más provechoso seguir como hasta ahora.

A partir de 1952 Estados Unidos modifica su estrategia sobre Puerto Rico para evitar sentimientos anti-imperialistas y ocultar la absorción económica de la isla mientras se transmitía una ilusión de autonomía cultural. En los años cincuenta se produce la industrialización masiva de la isla y el abandono de las explotaciones azucareras agrarias. Estos cambios desencadenan grandes migraciones a las principales ciudades, pero la ciudad no puede absorber a tantos obreros y éstos se ven obligados a malvivir para más tarde emigrar a Estados Unidos.

También en los años cuarenta y cincuenta comienza la gran emigración de la clase trabajadora puertorriqueña a Estados Unidos. La emigración es alentada por la operación “Manos a la obra,” que intentaba paliar el desempleo de la isla provocado por el hundimiento de la industria azucarera. Esto traería consigo aún más problemas para la consolidación de la identidad nacional que ahora se veía amenazada por la dislocación espacial y la experiencia del racismo, que les calificaba como ciudadanos norteamericanos de segunda clase. Este es el caso de Piri Thomas, puertorriqueño nacido en Nueva York que en Down These Mean Streets (1967) refleja la problemática del puertorriqueño en busca de una identidad que se diluye entre diferencias de clase, raza y lengua. Piri Thomas se plantea lo que significa ser puertorriqueño para alguien que, como él, no ha nacido ni vivido nunca en Puerto Rico pero a quien la gente considera afro-americano por el color de su piel. En esta época, la modernización que tiene lugar en Puerto Rico en las últimas décadas es muy dependiente del capital extranjero, por lo que la economía se descalabra y la isla se sumerge en la pobreza cuando las compañías abandonan la isla o se producen regresiones en la economía estadounidense.

 

 

  La emigración y la literatura contemporánea puertorriqueña

 

La nueva generación de escritores y escritoras es consciente de los cambios que se han ido produciendo en Puerto Rico en el ámbito político y social, y añaden una nueva perspectiva a la literatura que hasta ahora había sido casi monopolio exclusivo de la clase burguesa. Aparecen nombres como el de José Luis González, Emilio Díaz Valcárcel y Pedro Juan Soto, hijos de la clase trabajadora o de una pequeña burguesía con reciente acceso a la educación. En Balada de otro tiempo (1981), González pone en duda el nacionalismo criollo que ha persistido desde finales del siglo pasado. Las transformaciones que llevan a la población del campo a la ciudad afectan especialmente a las clases trabajadoras cuya experiencia no es mediada por la clase dirigente (como solía ser antaño) ya que éstos últimos han perdido su poder como representantes de la identidad puertorriqueña y por lo tanto sus discursos han perdido toda autoridad. Esta situación refleja el doble colonialismo al que Estados Unidos y la clase burguesa privilegiada[23] someten a la clase obrera.

Esa clase dirigente había marginado tradicionalmente a la clase trabajadora y también a los negros y a las mujeres, quienes comienzan a tomar la palabra en época reciente. Así surge un grupo de narradoras que por primera vez atacan las relaciones de género heredadas de la cultura puertorriqueña y supuestos elementos de la identidad nacional. Estas autoras, que en cierto modo se beneficiaron de la influencia feminista norteamericana, tienen la dura labor de revisar elementos culturales y sociales que hasta ahora no se habían tratado. Un ejemplo claro es el de Rosario Ferré y sus Papeles de Pandora (1976), donde rescribe los cuentos de hadas a través de los cuales se han transmitido roles de género impuestos por la sociedad y la cultura puertorriqueña.

El tema de la emigración a Estados Unidos también aparece en la literatura isleña a partir de los años cincuenta, concentrándose en la supervivencia cultural y económica en la sociedad racista norteamericana. Ejemplos de esta literatura son Pedro Juan Soto en Spiks (1970), Emilio Díaz Valcárcel en Harlem todos los días (1978) y José Luis González con En Nueva York y otras desgracias (1981).

La lengua sigue siendo un tema muy debatido tanto entre los escritores puertorriqueños en Estados Unidos y en la isla. Se ha criticado mucho el uso de spanglish en poesía y narrativa, que según algunos supone una corrupción del español y de las raíces hispánicas. Sin embargo, muchos apuntan al spanglish como un efecto irremediable de la situación en la que ha vivido la población puertorriqueña fuera y dentro de la isla. Como señala Alfredo Matilla en “The Broken English Dream,” los poetas en Estados Unidos reconocen los cambios que se han producido dentro de la cultura puertorriqueña desde 1898 que desembocan cada vez más en un alejamiento de lo puramente hispánico (307) .

Sin lugar a dudas se está llegando a cotas de ambivalencia cultural en ambos espacios geográficos que podemos observar incluso en la obra de escritores y escritoras isleños como Ana Lydia Vega. En su relato “Pollito Chicken,” incluido en Vírgenes y Mártires, la narradora muestra dicha ambivalencia en términos lingüísticos que reflejan claramente la transformación que ha tenido lugar en el ámbito nacional aunque no deja de plantear una crítica irónica y aguda sobre las tácticas norteamericanas en la isla:

 

Por el camino observó nevertheless la transformación de Puerto Rico. Le pareció muy encouraging aquella proliferación de urbanizaciones, fábricas, condominios, carreteras y shopping centers. Y todavía esos filthy, no good Communist terrorists se atrevían a hablar de independencia. A ella sí que no le iban a hacer swallow esa crap. Con lo atrasada y underdeveloped que ella había dejado esa isla diez años ago. Aprender a hablar good English, a recoger el trash [sic] que tiraban como savages en las calles y a comportarse como decent people era lo que tenían que hacer y dejarse de tanto fuss. (77)

 

En las últimas décadas, la ambivalencia cultural ha tomado tintes extraordinarios. Simplemente hay que observar cómo los cambios de gobernador y partido político en el gobierno de la isla han hecho que cambie a su vez la política cultural. Durante los primeros años de esta década, con Rafael Hernández Cruz como gobernador pro-ELA (Estado Libre Asociado o Commonwealth), se impulsó un proceso de recuperación cultural de las raíces hispánicas.[24] No obstante, con la llegada del nuevo gobernador pro-anexionista Pedro Roselló, se ha producido un retroceso hacia posturas asimilacionistas a Estados Unidos que propugnan la definitiva anexión.

En los últimos años han tenido lugar varios plebiscitos en los que se ha consultado a la población sobre las tres posibilidades de gobierno de la isla representadas por las fuerzas políticas mayoritarias: la continuidad como Estado Libre Asociado, la anexión como estado de la Unión y la independencia definitiva de Estados Unidos. Los últimos plebiscitos presentaban siempre como ganadora la papeleta de la ELA, aunque con un ligero margen superior a la de anexión a Estados Unidos. Sin embargo, estos plebiscitos no tenían otra función que la de ser meros orientadores de la opinión popular puesto que sus resultados nunca han sido vinculantes para el congreso de Estados Unidos que, como hasta ahora, siempre ha tenido la última palabra.

El plebiscito del 13 de Diciembre de 1998 fue sin duda insólito y muy ilustrativo del panorama político puertorriqueño. Los votantes tenían que elegir entre cinco papeletas u opciones: La opción 1 era la del Estado Libre Asociado “territorial”; la opción 2 era la de Libre Asociación; la opción 3 era la de la estadidad y la opción 4 pedía la independencia y la opción 5 rechazaba todas las anteriores. La opción 5 fue la vencedora en el plebiscito seguida por la opción 3 de la estadidad. Obviamente, un gran sector de la población que apoya al Partido Popular Democrático, defensor de la continuidad del E.L.A., votó esta opción como protesta por la definición “territorial” del ELA impuesta por el partido en el gobierno, el Partido Nuevo Progresista (PNP), que persigue la estadidad para Puerto Rico. Por lo tanto, los resultados de este plebiscito vienen a apoyar aún más nuestra visión de la situación puertorriqueña en términos de ambigüedad y ambivalencia evidentes. El futuro de Puerto Rico sigue siendo incierto, tal y como era hace exactamente un siglo.

No obstante, la experiencia bajo la colonización norteamericana ya ha marcado y transformado irreversiblemente la identidad cultural de la población puertorriqueña fuera y dentro de la isla. Algunos ven en el caso de Puerto Rico un símbolo del futuro de la cultura hispánica que poco a poco se desvanecerá bajo la influencia del coloso norteamericano. La historia de Puerto Rico en el siglo XX parece confirmar su función como escaparate del capitalismo liberal norteamericano frente al comunismo que Cuba representa. Este hecho hace que muchos aún sigan considerando la situación casi colonial de la isla como la vergüenza política del mundo occidental en el siglo XXI si su estatus colonial disfrazado bajo el Estado Libre Asociado persiste. Otros, al contrario, admiran esta ambivalencia cultural como respuesta a la influencia norteamericana.

Sin duda, en Puerto Rico el colonialismo moderno está tomando nuevas direcciones y sólo queda preguntarse qué derroteros va a seguir esta colonia, postmoderna al fin y al cabo por la inestabilidad de su definición, por su ambigüedad y su desafío a modelos tradicionales de colonialismo e identidad cultural.

 


 


 

[1] La reflexión sobre la historia y literatura puertorriqueñas para esta sección surge a partir del curso de postgrado “From Borinquen to El Barrio: Puerto Rican Literature and Society” impartido por el catedrático Roberto Márquez al que asistí en 1996 durante mi estancia en Mount Holyoke College, Massachusetts. También nos referiremos a manuales muy recomendados sobre la evolución de la literatura puertorriqueña como son: Literatura puertorriqueña: Su proceso en el tiempo de Josefina Rivera de Alvárez (1983), Historia de la Literatura Puertorriqueña de Francisco Manrique Cabrera (1969), Literatura y sociedad en Puerto Rico de José Luis González (1976). Entre las obras que recogen la historia de Puerto Rico destaca Puerto Rico: A Political and Cultural History (1983) de Arturo Morales Carrión.

[2] Merece destacar la Historia general y natural de las Indias (1526) de Gonzalo Fernández de Oviedo, Elegías de varones ilustres de Indias (1589) de Juan de Castellanos y las memorias de evangelización de Fray Bartolomé de las Casas y Fray Tomás de la Torre.

[3] Dice Josefina Rivera al respecto: “Con los inicios del siglo XIX comienza a tomar forma la conciencia colectiva puertorriqueña . . . La búsqueda de expresión del alma y sentir criollos encuentra coyuntura favorable y apoyo inicial en la llegada de la imprenta a la isla en 1806, al amparo de cuyo acontecimiento habrá de surgir de inmediato la acción periodística, y a su vez, bajo el signo de ésta, el comienzo endeble y titubeante de nuestro quehacer literario” (95).

[4] Este fue el caso de Manuel Alonso Pacheco que casi provocó la prohibición definitiva del libro debido a uno de sus poemas de corte claramente anti-española: “Que venga aquí el europeo / codicioso, / y si acercarse lo veo/ morirá al punto en mis manos;/ para sufrir tiranos/ en mi patria no nací… Que es mi dicha vivir libre,/ sin cadenas que me opriman…” (Citado en González 1976, 67).

[5] En Personalidad y literatura puertorriqueñas, Hilda E. Quintana sugiere que esta obra de Alonso supone una simbiosis de los elementos indígenas, africanos y españoles, es decir, el nacimiento del ser puertorriqueño, aunque un análisis exhaustivo de la obra refleja que estos elementos no tienen el mismo peso sobre la supuesta puertorriqueñidad.

[6] Nótese la descripción racial que ignora por completo la herencia africana e indígena tan presente en la población puertorriqueña: “color moreno” (bronceado, no negro), “nariz proporcionada,” “pálido el semblante.”

[7] Esta clase no quería la independencia porque, como observa José Luis González en El país de cuatro pisos,no podía quererla, porque su debilidad como clase, determinada fundamentalmente –lo cual no quiere decir exclusivamente— por el escaso desarrollo de las fuerzas productivas en la sociedad puertorriqueña, no le permitía ir más allá de la aspiración reformista que siempre la caracterizó” (17).

[8] Estas son algunas de las exigencias redactadas por Emeterio Betances y otros independistas en la insurrección llamada Grito de Lares: 1. Abolición de la esclavitud, 2. Derecho a fijar contribuciones, 3. Libertad de culto, 4. Libertad de imprenta, 5. Libertad de palabra, 6. Libertad de comercio, 7. Libertad de reunión, 8. Derecho a portar armas, 9. Inviolabilidad del ciudadano y 10. Derecho a elegir a los oficiales públicos (Maldonado 128).

[9] El estatuto de autonomía que se concedió incluía importantes cambios como los que se recogen para el parlamento: “The parliament was subject to the veto powers of Spain, but it could propose and approve its own laws, impose taxes, and enter into treaties with foreign nations” (Wagenheim 54). Sin duda eran unas condiciones favorables y en definitiva mejores que las del actual Estado Libre Asociado.

[10] El general Miles declaraba en una proclama en Ponce:No hemos venido a hacer la guerra contra el pueblo de un país que ha estado durante algunos siglos oprimido, sino, por el contrario, a traeros protección, no solamente a vosotros, sino a vuestras propiedades, promoviendo vuestra prosperidad y derramando sobre vosotros las garantías y bendiciones de las instituciones liberales de nuestro gobierno” (Citado en Díaz Soler 711).

[11] Recordemos que José de Diego todavía pertenece a la clase criolla burguesa que a corto plazo se ha beneficiado de la mejora de las relaciones comerciales con Estados Unidos que España intentaba impedir.

[12] Véase desde el principio del poema cómo se introducen los temas esenciales: “escudo,” símbolo de la clase privilegiada; “relicario,” “sudario” y “bandera,” patriotismo de raigambre religiosa católica.

[13] Aunque su visión no era compartida por muchos de sus contemporáneos, críticos como José Luis González en El país de cuatro pisos y Arcadio Díaz Quiñónez en El almuerzo en la hierba, destacan la inclusión de su visión antillana en las letras puertorriqueñas. González considera su poesía como “el progresivo afinamiento de una concepción de la genética nacional” y destaca su papel trasgresor: “La inusitada virulencia de las impugnaciones suscitadas por el ‘negrismo’ de Palés . . . es una prueba adicional de la renuncia cada vez mayor de la elite cultural puertorriqueña a enfrentar el problema de la identidad nacional desde una perspectiva desprejuiciada y realista” (88).

[14] Ya en la primera década los hacendados comienzan a plantar cara a la dominación norteamericana como lo demuestra en 1913 la declaración independentista del partido que los representaba, The Unionist Party.

[15] A principios de siglo se funda la Federación Libre de Trabajadores de la que emergería más tarde el Partido Socialista.

[16] En muchas ocasiones los trabajadores de algunas plantaciones de tabaco que aún eran regidas por los hacendados exigían que se tomaran medidas contra ellos por parte de la Federación Norteamericana de Trabajadores o directamente por el gobierno de Estados Unidos. Es curioso observar también la ambivalencia que ya se siente entre los líderes sindicales y políticos de izquierda con relación al estatus de la isla. Quintero apunta, por ejemplo: “Some of these leaders, for example, saw an independent republic as a prerequisite for socialism, for the creation of the new social system to which they aspired. At the same time, however, they realized that independence at that time would have brought about the absolute political preeminence of the hacendados” (218).

[17] Como observa José Luis González en El país de cuatro pisos, con la emigración masiva a las ciudades y a la costa, la cultura popular jibarista queda muy reducida, siendo un mero recuerdo de una época pasada; mientras, los mulatos y negros de las plantaciones azucareras primero y de la clase proletaria industrial de mediados del siglo XX sigue desarrollando una cultura popular de raíces afro-caribeñas con grandes dosis de sincretismo.

[18] Esta masacre tuvo lugar en Ponce el 21 de Marzo de 1937. La población, enarbolando la bandera puertorriqueña y cantando el himno ilegal de “La borinqueña,” se manifestaba pacíficamente para reclamar la excarcelación de Albizu Campos pero el gobernador norteamericano ordenó la disolución de esta manifestación. El enfrentamiento entre manifestantes y las fuerzas de orden pública desencadenó la tragedia con un resultado de dieciocho muertos y doscientos heridos.

[19] Para conseguir esto, el partido también modera su discurso independentista y recorta los salarios para atraer esas inversiones. Esto provoca una ruptura total con la clase trabajadora, que se encontraba en crisis por la transformación de una economía de plantación a una economía industrial para la que no estaba preparada y que obligó a muchos a emigrar y transformar completamente su modo de vida.

[20] Maldonado Denís aporta un enriquecedor análisis sobre las relaciones entre Estados Unidos y Puerto Rico. Aunque su estudio tiene una marcada ideología marxista, plantea una crítica muy directa y clara del colonialismo estadounidense y sus consecuencias para Puerto Rico. Como Maldonado indica, el gobierno propio del Estado Libre Asociado resulta ser parte más bien un cuento de hadas que una realidad política ya que las competencias de gobierno autónomo se limitan a cuestiones locales y sólo el congreso estadounidense ostenta competencias en reclutamiento, defensa, seguridad ciudadana, aduanas, correos, inmigración, salarios mínimos, marina mercante, comunicaciones, relaciones internacionales y área militar (61).

[21] El mito de la pasividad recorre la literatura paternalista desde el siglo XIX hasta el XX tal y como perceptivamente lo analiza el propio René Marques en El puertorriqueño dócil (1959).

[22] Recordemos las experiencias revolucionarias que han fracasado por la intromisión directa o indirecta de Estados Unidos: Nicaragua, El Salvador y Cuba.

[23] Véase el libro de Ángel G. Quintero, José Luis González, Ricardo Campos y Juan Flores Puerto Rico: Identidad nacional y clases sociales donde se establece una descripción y análisis de la formación y desarrollo de la sociedad puertorriqueña por etapas históricas.

[24] Como ejemplo sirva la reconstrucción del viejo San Juan a imitación de los barrios andaluces y la propaganda internacional de Puerto Rico casi como nación en su pabellón de la EXPO de Sevilla y su representación en el concurso de Miss Universo.

 

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 © Antonia Domínguez Miguela. Site last updated: 3 November 2015