
Principio de mayordomía en las cooperativas
21
RIESISE, 5 (2022) pp. 9-24
http://dx.doi.org/10.33776/riesise.v5.5213
nuestras vidas presentes. Nadie se apropia de ellos individualmente con
el pretexto de que “es mí esfuerzo”. Todas y todos cultivan las relaciones
de su organización con otros actores (financiadores, compradores,
acompañantes…) globales y locales, sin centralizar esos contactos para
beneficio exclusivo. Cada quien rinde cuentas hacía sí mismo, a su familia,
a la cooperativa y hacia su comunidad. Lo hace pensando en co-crear y
beneficiar a su comunidad y a la séptima generación, labor para el cual se
guía en las reglas virtuosas desde las y los tatarabuelos de sus tatarabuelos/
as y según acuerdos y reglas de su cooperativa que va en línea con los
principios cooperativos definidos hace 175 años, en 1844, por 28 artesanos
trabajadores de fábricas de algodón de la ciudad de Rochdale, Inglaterra.
En correspondencia, cualquier préstamo de dinero a una persona asociada,
por ejemplo, se hace desde la instancia apropiada, según los acuerdos,
bajo recibo y posterior rendición de cuentas a la asamblea; los directivos
entienden que no pueden hacer y disponer a su antojo de los recursos ajenos,
que hay órganos y reglas bajo los cuales fluyen los recursos, la información y
las relaciones de poder. Ese ejercicio tan específico es generalizable a otros
niveles, incluyendo al nivel del país, de construir ciudadanos y ciudadanas
con derechos y obligaciones, no tanto sociedades de consumo.
Tercero, el apoyo a las personas a ejercer sus cargos y el que existan
reglas y estructuras que guíen a ser cooperativistas implica, también, que
las personas asociadas se comprometan en aprender y cambiar. Si no
hay transformación al interior de cada persona asociada, si no hay una
reevaluación de nuestros deseos, anhelos y expectativas en la medida que
explicitemos las reglas nefastas y virtuosas que nos gobiernan, cualquier
cambio estructural para el funcionamiento de nuestras cooperativas será
como un perno rodado o barrido. De hecho, en Centroamérica hemos
experimentado dictaduras y revoluciones, boom de organizaciones y de
religiones, y todos esos cambios han sido como pernos rodados o barridos,
nuestras vidas siguen siendo guiadas por centenarias estructuras y reglas
nefastas que reproducen la desigualdad social, ambiental y de género, las
que nos hacen concebir a la cooperativa como “cosa de hombres”, “servicios
del monocultivo” e “instancias jerárquicas y autoritarias”.
Asociarnos en una cooperativa significa que hemos elegido y
aceptado esa relación de transformación organizacional y personal para
dinamizar nuestras comunidades. La elección y aceptación se convierte en
nuestro contrato. Nuestros deseos de ganancia financiera, participación,
autoexpresión y las expectativas que tenemos al ser parte de una
comunidad, solo son posibles si nos comprometernos con los objetivos,
resultados, limitaciones y los principios de la organización en general. El
acuerdo sobre los elementos del contrato es la base de la asociación y la
base de la comunidad. Mayordomía ofrece más opciones y control local a
cambio de esa promesa de compromiso de parte de sus miembros, una
promesa que debe darse desde el mero inicio (Block, 2013).
Con estos tres elementos la cooperativa puede “nacer de nuevo” y
asumir su rol de mayordomía de cara a su comunidad que es tan local como
global. Formar a su propia membrecía, generar innovaciones colectivas,