Revista Iberoamericana de
Economía Solidaria e
Innovación Socioecológica
RIESISE
Vol. 4 (2021), pp. 173-190 • ISSN: 2659-5311
http://dx.doi.org/10.33776/riesise.v4i1.5237
K
Diálogo filosófico; Innovación social; Re-
flexión; Filosofía; Diversidad.
P 
Philosophical dialogue; Social innovation;
Reflection; Philosophy; Diversity.
R
El ámbito de la innovación social precisa de
espacios de encuentro no competitivo ni jerár-
quico, capaces de acoger el pensamiento indivi-
dual de sus miembros y hacerlo avanzar más allá
de sus prejuicios y opiniones iniciales. Empresas,
organizaciones, asociaciones, equipos de traba-
jo, docentes… Todos necesitan herramientas de
gestión grupal que faciliten un encuentro social,
cultural y humano. Para aportar a tal fin, el pre-
sente artículo describe un modelo de diálogo
filosófico aplicable a cualquier grupo en el que
se pretenda generar una práctica de cuestiona-
miento, comprensión y reflexión conjunta, sea
en el ámbito educativo, social u organizativo,
ofreciendo las claves para su desarrollo con el fin
de lograr un verdadero intercambio comunicati-
vo e intelectual entre sus participantes.
A
The field of social innovation needs non-
competitive and non-hierarchical meeting spa-
ces capable of hosting the individual thinking
of its members and doing it beyond their pre-
judices and their initial opinions. Companies,
organisations, associations, working groups,
educators… All of them need group manage-
ment tools that facilitate a social, cultural and
human encounter. In order to contribute to
this, the current article describes a philosophi-
cal dialogue model applicable to any group.
Its aim is generating questioning, understan-
ding, and common reflection, be it in the edu-
cation, social or organisational field, offering
keys for its development in order to achieve a
true communicative and intellectual exchange
among its participants.
ENTRENARNOS EN EL PENSAMIENTO. CLAVES PARA
LA PRÁCTICA DEL DIÁLOGO FILOSÓFICO COMO
HERRAMIENTA DE INNOVACIÓN SOCIAL
TRAINING OURSELVES INTO THINKING. KEY FACTORS TO
THE PRACTICE OF PHILOSOPHICAL DIALOGUE AS
A TOOL FOR SOCIAL INNOVATION
Omar Linares Huertas
thelosconsulta@gmail.com
códigos jeL
: I29; I39.
Fecha de recepción: 30/03/2021 Fecha de aceptación: 10/09/2021
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1. SENTIDO, OBJETIVOS Y METODOLOGÍA DE LA INVESTIGACIÓN
El objetivo de este artículo es describir el formato, operatividad y
despliegue de una propuesta de diálogo filosófico apta para cualquier
tipo de audiencia que anhele un auténtico encuentro comunicativo e
investigador. Este modelo fue elaborado con el fin de crear espacios de
comprensión, profundización y clarificación de cuestiones vitales, abiertos
a todo aquel que quisiera intervenir en ellos, sin requisito previo alguno.
Un formato de diálogo social indagativo desarrollado a través de años de
práctica con multitud de grupos, constituidos por individuos de diferentes
edades, niveles académicos, culturas, países… Es esta una metodología que
fue tomando forma sesión tras sesión, y con la que consideramos se logró
un esfuerzo de equipo a la hora de conseguir que la comprensión de lo
cuestionado fuera más allá de la interpretación individual, enriqueciéndose
con la diversidad de opiniones y corrientes de pensamiento. Entendemos
que esta aportación no se limita al ámbito de la filosofía práctica, sino
que puede llegar a aportar mucho a otros profesionales implicados en el
avance de una innovación social hecha desde abajo, desde la vocación y el
compromiso de dar voz y herramientas de pensamiento a aquellos que más
las necesitan. De ahí el sentido del presente texto.
Para aportar a tal fin, comenzaremos exponiendo los rasgos distintivos
de la actitud filosófica que pretenderemos inspirar en los interlocutores,
para después sumergirnos en las claves que el diálogo deberá realizar para
mantener este carácter y beneficiarse así de su radicalidad y profundidad,
aportando a espacios cuyo objetivo sea la innovación social, entendida esta
de forma amplia e independiente de su especificidad y denominaciones
concretas (Hernández-Ascanio, 2016, 165-199).
Lo que propondremos serán algunas nociones a tener en cuenta, no
solo para diálogos estrictamente filosóficos, sino para cualquier encuentro
comunicativo en el que sea necesario llegar a un punto de comprensión
y entendimiento: equipos de trabajo, grupos de desarrollo comunitario
(Karlsen, 2015, 121-126) o aulas con alumnos, entre otros -son muchos los
avances realizados al respecto desde la conocida como Filosofía para Niños
(Lipman, 1980), conocida como FPN, que llega a extenderse al trabajo con
adolescentes (García, 2014).
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Por diferentes razones, todos precisan de una metodología de diálogo
que facilite la comunicación y sirva de vehículo para un vínculo social
íntimo, un contacto real entre personas que vaya más allá de la suma de
individualidades. Con ello no pretendemos imponer una normativa, sino
ofrecer ideas para que quien busque facilitar grupos de diálogo, disponga
de herramientas para ello. El resto quedará en manos de la comunidad,
como siempre debió ser.
2. LA IMPORTANCIA DEL DIÁLOGO FILOSÓFICO EN EL ÁMBITO DE
LA INNOVACIÓN SOCIAL Y SU RELACIÓN CON LOS OBJETIVOS
DE DESARROLLO SOSTENIBLE (ODS)
Es cada vez mayor la necesidad de un diálogo fructífero en la sociedad
actual. Lo es entre diferentes culturas y grupos sociales, pero también entre
organizaciones y empresas. Vivimos en el mundo de las fake news, en el
que la imagen parece haberle ganado la batalla a la verdad, reduciendo
la palabra a elemento estético; un discurso vacío que habla, pero no dice
nada, que no conmueve ni compromete al interlocutor, favoreciendo su
desconexión –o conectando con él, pero con el fin de manipularlo (Alandete,
2019).
En cualquier ámbito al que nos acerquemos encontraremos la necesidad
de un auténtico encuentro social, aquel capaz de acoger las diferencias
individuales y usarlas como motor de avance, no como elemento de
discriminación. Todo proyecto que incluya la gestión de personas –y no hay
ninguno que no lo haga- precisará de una verdadera comunicación, tanto
para su diseño como para su desarrollo e implementación.
Entendiendo la innovación social como aquellas “formas nuevas o
novedosas que tiene la sociedad para hacer frente a los retos sociales
relevantes, que son más eficaces, eficientes y sostenibles o que generan
mayor impacto que las precedentes y que contribuyen a hacerla más
fuerte y articulada” (Herrero de Egaña, 2018, 268), es de interés conectar la
funcionalidad del diálogo filosófico con algunos de los diecisiete Objetivos
de Desarrollo Sostenible (ODS) incluidos por Naciones Unidas en la Agenda
2030.
No habrá igualdad entre géneros ni empoderamiento de mujeres y
niñas –objetivo nº5- sin el adecuado diálogo entre las partes intervinientes,
logrando que aquellos que se aferran a tradiciones machistas y retrógradas
sean capaces de ver lo anacrónico de su postura, convirtiéndose en
aliados para un mundo más igualitario y feminista. Tampoco será posible
el crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenible –objetivo nº8-
sin un diálogo ético que haga reconocer al mundo de la empresa que la
“responsabilidad social corporativa” no es un mero eslogan, sino más bien
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un compromiso social que le interpela para que se sume a un cambio global
que desemboque en la universalización del empleo digno y de calidad.
Aunque podrían mencionarse otros ODS en los que la presencia de un
diálogo de calidad se muestra imprescindible para su implementación,
destacaremos la Alianza Mundial para el Desarrollo Sostenible –objetivo
nº17- como espacio clave para la inserción del diálogo filosófico en el
ámbito social. Tanto a escala micro -en agrupaciones de barrio, asociaciones,
ONG´s, etc.- como a escala macro -en grandes organizaciones, gobiernos
y entidades supraestatales- será fundamental el ejercicio de un verdadero
diálogo comunicativo y comprensivo que aúne diferencias y ponga de
relieve la identidad y pertenencia de los participantes (Todorov, 2010). Solo
una reflexión grupal bien orientada será capaz de subsumir las diferencias
particulares, jerarquizar los valores humanos por encima de los económicos,
acercar a los interlocutores a una comunicación comprometida con el
desarrollo global y empoderarlos para convertirlos en agentes de cambio
(Heiskala, 2007, 52-77).
3. LAS TRES ACTITUDES FUNDAMENTALES DEL
INTERLOCUTOR FILOSÓFICO
Cuando la mayoría de personas escuchan la palabra “filosofía, suelen
darse diferentes reacciones al respecto. La primera puede referir a un vago
recuerdo de aquella disciplina que, en sus tiempos de estudio, le obligó
a enfrentar una serie de problemas teóricos cuyo sentido probablemente
no llegó a comprender –menos aun su necesidad- y que le supuso los
suficientes quebraderos de cabeza como para no querer complicar su
pensamiento con ella de nuevo. Desde este punto de vista, la filosofía
es percibida como una actividad desfasada, que ni siquiera es activa, al
considerarla pasiva, estanca, añeja y mal envejecida. Toda una injusticia con
el pensamiento filosófico, de la que probablemente seamos los filósofos los
principales responsables.
Sin embargo, afortunadamente son cada vez más los que ven en la
filosofía a la madre de todos los saberes, el origen de la actitud científica y
sus derivas especializadas. Filosofía como base nutricia del pensamiento,
que le brinda tanto las herramientas como la orientación para que sus
indagaciones lleguen a buen puerto o, al menos, para que aquellas dudas
que queden sin resolver, lo hagan con unos fundamentos rigurosos y
estables
Filosofía como el arte y a la vez el método que nos permite pensar
cuestiones que nos afectan profundamente, que nos pertenecen y que
estamos llamados a dar respuesta. Definiéndola así, la filosofía se presenta,
entre otras formas de practicarla, como una actitud ante el mundo. Una
forma de posicionarse desde la apertura, la curiosidad, el respeto y la
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veneración por la complejidad de lo real, desde el rechazo a la respuesta
homogeneizante, aquella que anula la diferencia en su búsqueda de una
explicación limitada, controlable. La actitud filosófica nos abre a la verdad,
pero también al encuentro con el otro. Es este un posicionamiento vital que
podemos a su vez desglosar en tres actitudes fundamentales: el asombro,
la duda y la actitud existencial.
3.1 EL ASOMBRO COMO ACTITUD FUNDAMENTAL
El asombro constituye la actitud fundamental ante la vida. Es la
disposición fundamental del niño, cuando comienza a interactuar con lo
real; lo es también del pensar filosófico, cuando se encuentra ante algo
que no comprende, pero que en vez de rechazarlo, busca acogerlo en su
grandeza. El asombro no es solo una experiencia cognitiva, sino también
estética, ya que permite una profunda sensación de placer. En él se produce
la contemplación no comprensiva, que no es capaz de dar explicación a lo
que percibe, pero no por ello renuncia a una comprensión posterior –que
espera llegará, aunque aún no esté presente.
El asombro aparece cuando el mundo desborda nuestra capacidad
comprensiva, y nos coloca en un puesto de espectador extremadamente
humilde. Hace que sintamos los límites del conocimiento, pero también
que nos lancemos contra ellos para expandirlos. Tal y como afirmaba
Giorgio Colli, la filosofía nace en el asombro ante una realidad que nos
maravilla por inconmensurable (Colli, 1977). Una experiencia filosófica
por su profundidad, pero también humana, en absoluto erudita, ya que
forma parte de nuestra experiencia del mundo –porque aquello que no
entendemos también puede causarnos admiración.
¿Es posible imaginar algo más necesario para el diálogo social? Sin
el debido cultivo del asombro, el pensamiento se condena a sí mismo a
vagar por la superficie y pecar de superficialidad. Toda explicación, todo
argumento o posición que no albergue en sí una pequeña porción de
asombro, acabará por reducir y ahogar la realidad explicada. Sin asombro,
es fácil que el discurso se coloque en extremos antagonistas: buenos y
malos, nuestro y ajeno, compatriotas e invasores. El maniqueísmo del blanco
o negro puede revertirse cuando inoculamos en él un asombro capaz de
traer de vuelta el amor por la complejidad del asunto, maravillándonos ante
él y renunciando a la tentación de la explicación reduccionista.
3.2 LA DUDA COMO ACTITUD DE CUESTIONAMIENTO E INDAGACIÓN
La experiencia no comprensiva que caracteriza al asombro da lugar a su
vez a una ampliación del pensamiento que le permite abarcar lo que ahora
le desborda, sembrando el terreno para la posibilidad de la duda. Decimos
“posibilidad”, ya que el pensamiento también puede optar por la vía rápida
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y lanzarse a una explicación básica del evento que no comprende, para
encorsetarlo en unos conceptos insuficientes, pero cómodos (Saiz, 2017).
Por su parte, el pensar filosófico invita al camino opuesto. La duda
aparece cuando el reconocimiento de la falta de conocimiento, lejos de
producir frustración, lanza al sujeto a una senda indagativa que busca
suplir sus carencias epistemológicas, saliendo a la caza del contenido, del
significado.
La duda como actitud se materializa en la pregunta. La pregunta es el
cuestionamiento hecho carne que vectoriza, que abre, profundizando y
ahondando en la comprensión. La pregunta exige al ser que se defina, que
tome forma, lanzándole una racionalidad que lo interroga y cuestiona.
Sin la capacidad de dudar, cualquier sociedad está vendida a la
imposición de la explicación monolítica, convirtiéndose en la clase de
rebaño acrítico que anhelan tantos totalitarismos. Sin la capacidad de
dudar, somos consumidores de discursos únicos, cerrados. Sin duda no
hay discrepancia, innovación, diversidad, y sin éstos no hay encuentro ni
avance.
3.3 LA ACTITUD EXISTENCIAL COMO POSICIONAMIENTO
CONSCIENTE ANTE LA TOTALIDAD DE LO REAL
Son muchas las ocasiones en las que la vida trae momentos de dolor.
Muchas veces son estas situaciones las que nos colocan frente a las grandes
preguntas de la existencia; cuestiones que pocos deciden sostener y
muchos prefieren obviar, por temor al carácter trágico que creen reside en
el fondo de la realidad. Por el contrario, la actitud existencial es aquella
capaz de situarse frente a aquello que incomoda, para dejarlo reposar en sí
mismo, reduciendo su impacto en el sujeto, para posteriormente proceder
a comprenderlo.
Por lo general, cuestiones como el sentido de la vida, de la muerte, la
identidad, la libertad y el uso responsable de la misma, entre otros, han
sido entendidos como problemas existenciales de corte individual, a las
que cada uno está llamado a responder de forma personal. Sin embargo,
estas cuestiones también son capaces de crear comunidad. Lo son, no solo
porque sean experiencias compartidas para todo ser humano –lo cual sirve
para derribar barreras y fronteras entre pueblos y colectivos- sino también
porque están a la base de multitud de problemáticas sociales y políticas.
De cómo respondemos a ciertas cuestiones existenciales, cómo nos
posicionamos ante ellas, se derivará también nuestra forma de vivirlas y
compartirlas –o de renunciar a este acercamiento al otro y aislarnos en ellas.
Por esto, una verdadera actitud existencial, preñada del asombro y la duda
anteriormente mencionados, se ve avocada directamente a una vuelta a la
comunidad, un encuentro con otros individuos, que ahora reconocemos
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como iguales, con cuyo avance y mejora me comprometo de manera
natural (Di Cesare, 2021). Es el mismo cuestionamiento de la vida, esa
actitud existencial que nos lleva a vivirla con intensidad, la que a su vez nos
une a los otros en un único camino compartido.
4. UNA PROPUESTA DE DIÁLOGO FILOSÓFICO PARA LA
SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA
Tras haber definido algunos de los elementos que conforman la
actitud filosófica, convendrá urbanizar estas nociones, bajarlas a la tierra
para ejercitarlas. La idea fundamental aquí es que la actitud filosófica es
beneficiosa no solo para el quehacer filosófico, sino para el obrar humano
en sí mismo. Son muchos los espacios sociales a los que podría llevarse el
diálogo filosófico, lo cual nos obliga a la propia definición del concepto,
para no distorsionarlo. Ya que habría tantos formatos y procesos de diálogo
filosófico como filósofos y filósofas que los definieran y/o facilitasen,
comenzaremos con una aclaración conceptual que sirva de lanzadera de lo
que después será la enumeración de los diferentes requisitos para llevarlo
a la práctica en diferentes contextos, filosófico o no –la praxis del diálogo
filosófico posee unos matices específicos a tener en cuenta (Linares, 2017,
110-121).
4.1 HACIA UNA DEFINICIÓN DE DIÁLOGO FILOSÓFICO
COMO ESPACIO DE CUESTIONAMIENTO RADICAL
Para ofrecer una definición de diálogo filosófico coherente tanto con sus
exigencias propias como con las de la innovación social, convendrá realizar
un abordaje negativo, que muestre aquello que no es, para enmarcarlo
entre dos opuestos que le son cercanos, pero a la vez muy ajenos.
El primer concepto con el que no conviene confundir el diálogo filosófico
es el debate. En el espacio de debate, el objetivo es la confrontación de
argumentos, el choque frontal entre ellos, con el fin de establecer una
jerarquía o, dicho de otra forma, un argumento ganador seguido de una
hilera de perdedores a los que no se atenderá más. En el debate también
hay un interlocutor que es proclamado vencedor, que eleva su capacidad
de argumentación –entendida así como persuasión o imposición- a la de
los demás. En el debate la opinión se cambia o se mantiene, pero no crece
ni integra otras versiones de realidad –puede hacerlo, pero no es el fin del
debate.
El diálogo filosófico no es un debate, porque en él se busca la
comprensión por encima de la oposición. No se trata de alcanzar una
opinión ganadora, sino de crear un espacio en el que todas puedan
tener cabida, logrando que la veracidad presente en ellas haga acto de
presencia, sobresalga de entre sus falsedades y se muestre como es. No
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hay interlocutor ganador, ya que el diálogo filosófico beneficia a todo aquel
que se aproxime a él con ganas de acercarse a la verdad –o, al menos, con la
intención de alejarse de la falsedad. Por eso no hay derrota cuando alguien
ve falsadas sus creencias más arraigadas, ya que esa falsación le permite
descargarse de un peso intelectual que le impedía comprender y abrirse
a nuevos espacios de realidad. Por eso incluso cuando uno ve refutada su
posición, gana igualmente.
El otro concepto que comparte apariencia con el diálogo filosófico, pero
con el que conviene marcar distancia, es el de la tertulia. En una tertulia
se permite todo tipo de intervención, cualquier aportación, sin exigencia
ni requisito previo. En la tertulia cada opinión vale por igual, sin importar
su relevancia o elaboración (Herrero, 2016). En ella cualquiera es experto,
por el mero hecho de considerarse como tal. El resultado de la tertulia es
la sensación de haber dicho mucho y llevarse más bien poco, a pesar de la
atmósfera de intelectualidad que podamos percibir tras ésta.
Frente al relativismo y vaguedad de la tertulia, el compromiso del diálogo
filosófico está en la búsqueda de la verdad: por ello, toda aportación debe
estar orientada a ese fin. La autoexpresión y elocuencia vacías se convierten
así en enemigas de una conversación que pretende encaminarse hacia una
comprensión profunda de la cuestión abordada.
El diálogo es diálogo por darse a través de la razón –diá-logos-, por
utilizar el pensamiento individual para una criba interna de concepciones
limitadas. El diálogo es filosófico cuando alcanza la radicalidad necesaria
para cuestionar tanto la realidad como al sujeto mismo que la cuestiona.
Ese es el espacio de cuestionamiento radical al que todo diálogo filosófico
debe aspirar, donde poco importa si la conversación tiene lugar entre un
grupo de jóvenes, directivos, trabajadores… A todos les pertenece esa
aspiración a la verdad y a su vez todos ellos disponen de las competencias
necesarias para hacerla efectiva, porque el pensamiento filosófico, antes
que filosófico, es humano.
5. NOCIONES PRÁCTICAS PARA LA APLICACIÓN DEL
DIÁLOGO FILOSÓFICO EN EL CONTEXTO DE LA INNOVACIÓN SOCIAL
5.1 LA AUSENCIA DE CONCLUSIONES PREEXISTENTES
Para que el diálogo filosófico mantenga el compromiso contraído
con la reflexión, y verdaderamente suponga la apertura a un espacio de
cuestionamiento radical, deberá estar bien orientado. La orientación de
algo nos habla de sus fines, aquellos por los que inicia su movimiento. Por
ello, el diálogo jamás deberá tener prefijadas ciertas conclusiones a las
que llegar. No se reflexiona para llegar a un punto preestablecido, sino al
contrario, se reflexiona con la humildad necesaria para no saber a dónde
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se llegará, con la intención de descubrirlo y de descubrirse en el trayecto
(Boele, 2011, 1-28) –sin menospreciar el entrenamiento en pensamiento
crítico que recibe cada uno de los interlocutores (Chicharro, 2016, 41-59).
No se busca demostrar algo pensado anteriormente, sino que se
crea algo nuevo. Por ello, el diálogo filosófico no podrá ser utilizado con
fines partidistas o ideológicos, ya que por su naturaleza exige de su libre
despliegue.
A pesar de ello, el hecho de que no deba orientarse el diálogo a
conclusiones previas no significa que éstas no lleguen. No se busca la
confusión, sino la clarificación, por lo que a medida que avance el proceso,
las diversas diferenciaciones y matizaciones irán asentándose, permitiendo
que los interlocutores comprendan mejor la cuestión que están abordando
(Van Hooft, 2011). El pensamiento necesita encontrar las preguntas
adecuadas para alinearse con las respuestas que necesita.
5.2 CONCRECIÓN DE LA TEMÁTICA Y PRIMEROS PASOS
Para que haya claridad en el diálogo es necesario concretar bien su
punto de partida, el concepto o pregunta que inaugurará el proceso. Un
inicio enrevesado, con demasiadas ideas en juego precisará multitud de
aclaraciones, por lo que crear ese espacio compartido en el que todos
entendamos de qué estamos hablando podrá llegar a ocupar la totalidad
del diálogo –siendo éste entonces poco esclarecedor. ¿Cómo reconocer
la desigualdad?, ¿qué entendemos por discriminación? O ¿qué es el
odio? son ejemplos de preguntas que incluyen un único concepto en su
planteamiento, y que por tanto ofrecen un inicio sencillo para su desarrollo
teórico y práctico. Insistiremos repetidas veces en el requisito de la claridad,
ya que consideramos es fundamental para el correcto desenvolvimiento del
diálogo filosófico y, en el caso concreto de su ejercicio como herramienta
de innovación social, para la extracción de intuiciones prácticas que puedan
dar lugar a protocolos, propuestas o modelos de intervención, entre otros.
El turno de intervenciones podrá iniciarse con una ronda de primeras
respuestas a la pregunta del diálogo, como introducción a la cuestión y
puesta en común de ideas propias. Aunque quizá pudiera pensarse que
todos los participantes compartirán las mismas definiciones de los conceptos
abordados, tras las primeras intervenciones se demostrará que no es así.
No solo pensamos de forma diferente sobre conceptos que utilizamos a
diario, sino que además establecer una definición común podrá resultarnos
terriblemente complicado. Sin embargo, será necesario determinar qué uso
damos a los términos utilizados, para establecer un lenguaje común que
permita una comunicación efectiva y no solo aparente. Quizá esta sea la
primera lección del diálogo filosófico: los demás no piensan lo mismo que
nosotros, y este hecho no solo no impide el diálogo, sino que lo posibilita.
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Incluso si tomamos como punto de partida la propia definición de un
diccionario, manual o enciclopedia reconocida, surgirán las discrepancias.
El reto no será evitarlas, sino tratar de hacer avanzar la conversación a través
de ellas y no a pesar de ellas. Como decíamos, no buscamos que todo el
mundo piense de forma idéntica, sino más bien que los participantes posean
un lenguaje común para el diálogo, con el que expresar y enriquecer sus
posiciones.
Cada participante tendrá algunas preguntas clave que considera deben
ser respondidas en el curso de la conversación. Por ello, será conveniente
que uno de los primeros pasos sea la puesta en común de tales cuestiones.
¿Cuáles son las preguntas que deben ser tenidas en cuenta a la hora de
desarrollar un diálogo sobre este tema? De esta forma no solo se practica un
lenguaje común, sino que la misión también es conjunta. Cada interlocutor
es consciente de lo que está en juego y de que su aportación debe ayudar
a su resolución o comprensión.
Tras esta ronda de preguntas iniciales convendrá dar un paso atrás y
utilizar una pregunta como pistoletazo de salida, aquella que dará inicio
al libre intercambio de opiniones. Esta será la pregunta ontológica, la que
cuestiona el ser o la definición esencial de aquello que va a ser trabajado.
Por ejemplo, en un diálogo sobre la responsabilidad social de la empresa,
la pregunta ontológica deberá apuntar a la definición de responsabilidad
ética; si la conversación versa sobre supuestos atentados contra sentimientos
religiosos, deberemos definir qué es un sentimiento religioso, pero también
qué entendemos por atentar. Solo con esas cuestiones dilucidadas podrá
darse un verdadero encuentro comunicativo.
5.3 SENSORIALIZAR EL PENSAMIENTO
En el diálogo entran en juego diferentes facetas del pensamiento, como
la creativa, visual, proyectiva, axiológica, emocional… A pesar de ello,
solemos creer que el diálogo es algo estrictamente racional, que responde
a una lógica concreta y no bebe de ningún otro espacio. Para evitar el
encorsetamiento de la reflexión y darle las herramientas que necesita
para romper sus propios moldes, es necesario cambiar la forma en la que
entendemos el diálogo.
Para ello deberemos invitar a los interlocutores a incluir sus sentidos en
la reflexión, entendiendo el pensamiento no solo como una materia etérea,
sino también como algo que puede ser tocado, observado, olido e incluso
saboreado. Introducir la sensorialidad en el pensamiento permitirá una
gestión del mismo más amplia y abarcante, creando así las condiciones para
que las oposiciones que eran vistas como irresolubles puedan amoldarse
entre sí y llegar a nuevos entendimientos.
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Se trata de concebir los conceptos y las creencias como una masa neutra
capaz de tomar la forma de aquello que pretenden comprender. De esta
forma, en un diálogo sobre la definición del concepto de integración y sus
diferentes vías de aplicación podríamos preguntar ¿qué estructura tiene
la integración?, ¿cuál es su textura, olor, sabor?, ¿qué formas es capaz de
tomar?, ¿a cuáles tiende?, ¿cuáles se le resisten?, ¿hasta dónde puede
estirarse?, ¿cuándo deja de ser integración?, ¿qué formas puede adoptar
que preserven la identidad y cultura de los usuarios?, ¿cuándo la integración
se torna homogeneización?, etc. Son ejemplos de posibles cuestiones que
pueden verse enriquecidas con la sensorialización del pensamiento.
Así propondremos a los participantes una suerte de artesanía conceptual,
que nos recordará que el pensamiento no es algo meramente intelectual,
sino una actividad que debe hacer que los participantes se remanguen y se
pongan manos a la obra. De esta forma, la mesa –real o ficticia- que separa
y a la vez conecta a los interlocutores será el espacio de trabajo, al que se
lanzarán los diferentes materiales de pensamiento. Esto es importante: el
diálogo no solo ocurre en la cabeza de los participantes, sino más bien –y
sobre todo- en el espacio que todos ellos comparten, representado por la
mesa de trabajo. En la mesa se intercambian propuestas, se cuestiona, se
planifica, se proyecta, se llega a acuerdos, se decide… y el diálogo filosófico
no es una excepción.
Por otra parte, al sensorializar el pensamiento y proyectarlo sobre
la mesa de trabajo –o de diálogo- obtenemos otro resultado indirecto,
pero necesario: la desidentificación de los participantes respecto de sus
opiniones. Cuando el interlocutor se identifica con su aportación siente
que le pertenece, que es definido por ella, por lo que no estará abierto a
cuestionarla y recibirá como un ataque personal cualquier intento de crítica
o mejora, viéndose incapacitado para abrirse a cualquier idea que no sea
totalmente compatible con la que mantenía de antemano. Esta actitud es la
antítesis de la que pretendemos ejercitar en un encuentro reflexivo.
Por ello, lanzar el pensamiento a la mesa de diálogo, como el que coloca
un objeto en ella y lo suelta, permite que el participante sienta que eso
que ha aportado es material para un proyecto común que lo excede como
individuo. De esta forma, cuando finaliza su turno de palabra, comprende
que lo dicho es propiedad de todos, no solo suya, y que no tiene sentido
tratar de imponer una determinada comprensión de sus palabras.
Así romperemos con la llamada barrera hermenéutica, aquella que
separa lo que queremos decir de lo que decimos, y a su vez de lo que
los demás entienden. Queda rota y superada, ya que al no imponer la
interpretación subjetiva del participante –al no limitar su aportación con
el sesgo interpretativo de “lo que yo quería decir es que…”- esta puede
verse enriquecida y complementada con la elaboración de otros. De hecho,
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esta posibilidad deberá ser promovida de forma constante, alentando a los
participantes a no limitar sus ideas a sí mismos, para que las compartan,
liberándolas y haciéndolas crecer con las nuevas elaboraciones de otros.
5.4 ALGUNAS CLAVES PRÁCTICAS PARA EL
FUNCIONAMIENTO DEL DIÁLOGO
Para que el diálogo transcurra con fluidez, será necesario solicitar a los
participantes un esfuerzo por la brevedad de sus intervenciones. Por mucho
contenido de calidad que éstos consideren tener, el resumir y transmitir una
versión concisa de lo pensado será algo a agradecer. Además, debemos
tener en cuenta que los discursos largos, por lo general, tienden a aburrir,
y no tienen cabida en un espacio en el que se pretende el intercambio
constante entre interlocutores. Por otra parte, la brevedad puede servir de
criterio interno de comprensión: si no sabemos expresar una idea de forma
breve, quizá sea porque no la comprendemos en profundidad, por lo que
puede que debamos elaborarla un poco más para transmitirla de forma
clara y concisa.
Las intervenciones que se alargan en ocasiones responden más a la
necesidad de autoexpresión del autor que a un verdadero intento de aportar
significado al diálogo, por lo que dicen mucho de la actitud del participante
que las protagoniza, sobre todo en relación al interés que demuestra por
las intervenciones de los demás –a las que no deja espacio. De esta forma,
la brevedad no solo afecta al formato de la participación, haciéndola más
asequible al resto del grupo, sino que también crea un espacio más social,
en el que caben más participantes y más intervenciones, creando así un
intercambio comunicativo vivo que nutre el concepto abordado, pero
también la conexión entre los miembros del grupo.
Un punto clave será el del correcto uso de los ejemplos. Un ejemplo
conciso, bien elegido, representativo de lo expresado, puede ser un anclaje
para la comprensión en el grupo, un lugar común en el que el grupo se
reconozca y aprehenda la idea transmitida. No obstante, todos hemos
podido presenciar discursos en los que los ejemplos eran vagos, poco
representativos, que no servían para aclarar ni hacer aterrizar el concepto,
sino más bien para ocultar la falta de comprensión del participante sobre lo
que está expresando.
Decía Ortega y Gasset que la claridad es la cortesía del filósofo. Pues
bien, no lo es solo del filósofo y la filósofa, sino de todo aquel que pretenda
participar en un diálogo cuyo objetivo sea lograr una comprensión mayor
del tema abordado, en clave cooperativa. El diálogo filosófico, sea cual
sea su vertiente o formato, debe representar la lucha frontal contra dos
elementos contrarios a la claridad del pensamiento: discursos vacíos y
conceptos opacos.
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Si antes remarcábamos la necesidad de comprimir las aportaciones
para evitar su extensión innecesaria, ahora precisamos que el contenido
del discurso debe existir, que debe tener un fin claro y no suponer una
mera sucesión de palabras. Hablamos para expresar, para transmitir algo,
y esto es lo único que se exige. Por otra parte, la claridad nos obliga a
elegir los conceptos más representativos, que mejor capten la realidad
que pretendemos expresar. Es común en algunas líneas de pensamiento
el escoger conceptos pretendidamente oscuros, que complican la
comprensión, con la intención de simular profundidad1. Nada de esto
servirá aquí. Por ello a la concisión deberá seguirle la claridad del discurso,
algo que se logrará simplemente con mantener una voluntad comunicativa,
de transmitir lo que se piensa sin aparentar nada más, pero también de
la sencillez de los conceptos, aquellos que expresen lo que pretendemos
decir, sin insinuaciones ni alardes.
Por todo ello, el facilitador del diálogo deberá acompañar en el transcurso
de las intervenciones, orientando de forma asertiva a los participantes para
que optimicen su discurso, de forma que se sincronice de la mejor forma
posible con los objetivos del encuentro.
Expresado de forma tan esquemática, podría parecer que la tarea del
facilitador es la de vigilar a unos participantes que tratan de llevar a cabo
una difícil labor, pero en la práctica veremos que lo único necesario para
lograr cumplir estos objetivos es tener la actitud necesaria para ello. Una
disposición de escucha, de compartir, de conocer el pensamiento del otro
y enriquecer el propio con él, y a su vez de compartir ideas de forma que
puedan ser comprendidas y utilizadas por otros. No hay más. El resto es
cuestión de práctica, de mejorar unas habilidades que todos poseemos, ya
que no podemos evitar pensar y estamos llamados a hacerlo junto a otros.
6. EL DIÁLOGO INTERNO. VÍAS DE AUTOCONOCIMIENTO EN EL
DIÁLOGO GRUPAL
Al tratarse de un encuentro social, lo normal sería pensar que solo
se participa en el diálogo cuando se interviene en él. Sin embargo, en
todo espacio filosófico, la relación con uno mismo es siempre fuente de
autoconocimiento y sabiduría. Lo que ocurre en nosotros a lo largo del
diálogo forma también parte del mismo, y es importante invitar a tomar
conciencia de ello.
“El diálogo no solo puede tener lugar entre dos sino entre cualquier
número e incluso, si se lleva a cabo con el espíritu adecuado, una persona
puede llegar a dialogar consigo misma” (Bohm, 1996, 29-30).
1 Como ocurrió en la losofía escolástica del periodo medieval, entre otras.
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Uno de esos espacios será el de la incomprensión, tan común en nuestras
vidas y tan poco acogida en ellas. ¿Qué ocurre en mí cuando no entiendo
algo de lo que han dicho?, ¿cómo me siento cuando me pierdo y no sé de
qué están hablando? Estas son preguntas que aparecerán en la mente de
los participantes y que el facilitador debe tener en cuenta para invitar a
hacerlas explícitas. La duda y la desorientación son parte fundamental del
proceso de conocimiento, y en absoluto causa de vergüenza.
Por ello, es importante animar a la pregunta; no solo aquella que nace de
la cuestión abordada, sino también de la falta de conexión con el diálogo.
“Si me pierdo, pregunto”, esta debería de ser una norma básica de cualquier
diálogo grupal que pretenda seguir siendo eso mismo, grupal. Animando
a compartir dudas, el facilitador promoverá la creación de un espacio más
humano, más cercano y compasivo, en el que cada duda supondrá un
aliciente para nuevas preguntas, y a la vez la oportunidad para realizar una
síntesis de lo ocurrido que todos los participantes agradecerán, ya que no
es sencillo –quizá ni siquiera posible- estar constantemente atento/a a todas
y cada una de las intervenciones.
Esta será la vía de entrada a una escucha interna mucho mayor. Durante el
transcurso del diálogo, el participante podrá hacerse multitud de preguntas
relacionadas con su papel en el encuentro. El ponerse nervioso/a en la
espera de su turno de palabra le hablará de su confianza; también de la
importancia que otorga a lo que otros piensen de él/ella. Si mientras espera
ese turno deja de escuchar a otros, aunque sea por inseguridad, estará a su
vez recibiendo información de la importancia que da a esas intervenciones–
ya que considerar que lo que tenemos que decir no va a cambiar a pesar
de las aportaciones de otros es de por sí negar la capacidad que esas
intervenciones tienen de transformar nuestro pensamiento.
Otra fuente de autoconocimiento será la comodidad o incomodidad
del participante cuando presencie argumentos o líneas de pensamiento
contrarias a la suya. Aunque teóricamente se sienta atraído por el libre
intercambio de ideas, en la práctica podría percatarse de que las ideas
contrarias a las suyas le desagradan, incluso le violentan. De esta forma, el/
la participante tiene la oportunidad de reconocer esas tensiones internas
y percatarse de que no estaba tan abierto/a a ellas como imaginaba. La
importancia de esta toma de conciencia radica en que antes podía imaginar
que aquello que no le convencía, no lo hacía por su falta de profundidad,
rigor o verdad; sin embargo, ahora puede darse cuenta de la existencia de
un rechazo previo que impedía la toma de contacto con dichas ideas. Es
crucial que en todo espacio de diálogo los participantes hagan un esfuerzo
consciente por reconocer las limitaciones de su pensamiento, sea por
creencias, ideología o simple hábito, entre otros.
Omar Linares Huertas
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La vergüenza será una emoción común en esta clase de encuentros
que, como sentimiento presente en ellos, será de gran valor para el
autoconocimiento individual. A lo largo de estos años hemos solido
encontrarnos con la figura del principiante que señala que “he venido
a escuchar, pero no voy a participar”. Lo que en primer lugar parece
una expresión de respeto por el mecanismo del diálogo, por lo general
esconde un sentimiento de ineptitud e incapacidad para participar en él.
La creencia suele estar relacionada con “no saber hacerlo bien” o “no ser lo
suficientemente listo/a para participar”, juicios latentes en sujetos de todos
los niveles académicos, intelectuales, profesionales y sociales.
La presencia de personas con estas características supone un buen nexo
de introducción para una idea central del diálogo, ya mencionada: que no se
trata de hacer grandes intervenciones, sino de ofrecer nuestro pensamiento
de la forma más clara posible para el grupo. El resultado de la vergüenza
suele ser la limitación y la censura autoimpuestas, en el participante, y el
privar de la calidad de su aportación, para el resto del grupo. En ocasiones,
la intervención más sencilla –quizá juzgada como tonta por su protagonista-
es la que logra dar un giro al diálogo y reorientarlo hacia un nuevo puerto.
Para poner de relieve la presencia de la vergüenza en el encuentro,
proponemos utilizar la ronda de presentación y la reflexión sobre la misma
–en el caso de que los participantes no se conozcan de forma previa, o haya
al menos un nuevo integrante. Tras presentarse el/la facilitador/a, pedirá
a los asistentes que procedan a decir su nombre por orden. Al finalizar
la ronda, podrán reconocerse diferentes fenómenos. El primero, que
conforme han ido diciendo sus nombres, el ritmo al pasar al siguiente habrá
ido aumentando –como si cada asistente quisiera minimizar el tiempo de
atención recibida. El segundo, que mientras esperaban a que llegase su
turno, su pulso se aceleró.
Un ejercicio tan sencillo como éste puede ser la clave para hacer ver a
los participantes que su inseguridad no descansa en el rigor o calidad de
sus intervenciones, sino en el mero hecho de intervenir –ya que decir el
propio nombre no supone un gran esfuerzo intelectual, algo que invitamos
encarecidamente a señalar con humor, para crear un ambiente más
distendido desde el inicio.
7. EL PAPEL DEL FACILITADOR DEL DIÁLOGO
A pesar de la responsabilidad que implica hacerse cargo de estas
condiciones del diálogo grupal, la tarea del facilitador será sencilla.
No dará su opinión, ya que no es un participante, sino el garante de la
adecuada participación. Su papel será el del dinamizador del diálogo, la
persona encargada de soplar las brasas del pensamiento grupal, para que
no se conforme con la mera oposición o con la definición superficial.
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El pensamiento del diálogo filosófico debe ser nómada, no anhelar
asentarse y mantener su constante tránsito, creciendo con su avance,
incómodo y a la vez cómodo con su incomodidad, ya que sabe que se
enfrenta a una realidad que lo supera en complejidad. El reto es el de
pensar sin excluir lo distinto, avanzar aunando el pensamiento de diferentes
individuos, creando un curso de pensamiento común capaz de subsumir
las discrepancias, llevando a sus participantes más allá de donde habrían
llegado por sí mismos.
Un reto y a la vez una necesidad, ya que no habrá avance social sin
encuentro, y no habrá un encuentro real sin comprensión mutua (Todorov,
2008). Por ello, estamos llamados a pensar en comunidad (Morton, 2018).
8. CONCLUSIONES
Según se ha podido ver, en el diálogo filosófico encontramos una
metodología de comunicación para todo tipo de grupos, capaz de lograr
que las diferencias de opinión se conviertan en motor de avance, y no en
causa de conflicto.
El compromiso con la verdad, unido a la humildad del pensamiento
individual se muestran como los requisitos básicos para todo diálogo
fructífero. Si a ello le sumamos las actitudes filosóficas mencionadas –
capacidad de asombro, duda y actitud existencial- tendremos todos los
ingredientes para que el diálogo no se torne reduccionista o simplificador
y sea capaz de respetar tanto la complejidad de la cuestión abordada como
las implicaciones humanas que se puedan derivar de ella.
Son claros los retos que afronta este modelo, aquellos que se derivan
directamente de la implementación en grupos con características
especiales, así como la adecuación a los mismos. Si se han presentado
ciertas condiciones formales es desde el reconocimiento de que llevar esta
voluntad y operatividad del diálogo a los diferentes ámbitos en los que
puede ser integrado es el mayor obstáculo, y a la vez el principal reto que
reconoce esta propuesta y al que pretende aportar.
Las limitaciones que puedan encontrarse en su ejercicio –más allá
de la infinidad de posibles mejoras a este planteamiento- se derivarán
directamente de las de sus participantes. Será la actitud, la voluntad de los
interlocutores, la que decidirá si este formato de encuentro se convierte en
una pantomima o realmente llega a conectar a los intervinientes en un flujo
de pensamiento común.
Un diálogo fluido, de intervenciones directas, concisas y claras, en el que
cada intervención suma. Este es el formato propuesto tanto para grupos de
toma de decisiones como para aquellos que busquen el encuentro social,
haciendo de la diversidad una plusvalía. Un espacio en el que encontrarse
con el otro, y también con uno mismo.
Omar Linares Huertas
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