LA DIRECCIÓN DE EMPRESAS O LA LUCHA PERMANENTE  POR EL EQUILIBRIO: ¿NO ES ESTO LA VIDA MISMA?

 

Alfonso Vargas Sánchez

(Universidad de Huelva)

 

 

En una sociedad marcada por la aceleración del cambio y de la complejidad, las organizaciones necesitan ser dirigidas en concordancia con los nuevos retos que esta situación les plantea. En este marco, entendemos que la tarea de pilotaje de las empresas ha de fundamentarse, cada vez en mayor medida, en tres pilares básicos: el sentido del equilibrio, el pensamiento estratégico y sistémico y la competencia para identificar y gestionar los recursos y capacidades realmente estratégicos, con relación a esos nuevos desafíos a los que ha de dar respuesta. Esto es así por considerar que el management contemporáneo puede ser definido como la capacidad de gestionar la paradoja[1] y la diversidad hasta alcanzar una situación de equilibrio satisfactoria.

El manager ha de ser capaz de manejar lo aparentemente contradictorio y lo diverso, a la búsqueda de complementariedades y sinergias; más que decidir sobre dilemas, tiene que procurar equilibrios entre fuerzas que pueden parecer en conflicto. Para ello, el dominio del pensamiento estratégico y sistémico resulta esencial: el primero para situar los problemas en la dimensión temporal adecuada, con una visión de futuro, de largo alcance; y el segundo para proporcionar esa perspectiva holística, integradora, globalizadora tan necesaria para abordar correctamente dichos problemas. Como consecuencia de todo lo anterior, el conocimiento se nos presenta como el recurso estratégico básico, la innovación como la fuente fundamental de ventajas competitivas, la estrategia como la herramienta para crear el futuro, y el liderazgo como el elemento integrador de las dimensiones estratégica y cultural de las organizaciones. En definitiva, en el planteamiento de una gestión humanista que será la que proyecte a las empresas hacia la conquista del siglo XXI.

Estos serían, por tanto, los factores clave de una dirección estratégica para el futuro, sobre los cuales se realizan a continuación algunas consideraciones. En concreto:

* El paradigma del directivo equilibrista. En una obra como “El Quijote”, tan universal como llena de sabiduría, Don Quijote aconseja a Sancho Panza, como Gobernador de la Insula Barataria, lo siguiente: “No seas siempre riguroso ni siempre blando, y escoge el medio entre estos dos extremos, que en esto está el punto de la discreción”. Ya el ilustre escritor español D. Miguel de Cervantes nos mostraba en este pasaje lo importante que es el sentido del equilibrio para el buen gobierno[2].

Es cierto que el buen manager:

-          ha que tener decisión, coraje, valentía para tomar determinadas decisiones, sobre todo cuando éstas son de carácter estratégico, pero esa valentía es, precisamente, el punto de equilibrio entre la cobardía y la temeridad;

-          ha de plantear objetivos retadores, sin caer en la utopía ni en la autocomplacencia, pero a la vez  realistas, y el realismo no es otra cosa que el punto de equilibrio entre el pesimismo y el optimismo;

-          ha de ser un líder emprendedor, pero también un buen administrador de los recursos que le son confiados.

El management, en definitiva, es un campo del saber a caballo entre la ciencia y el arte, que requiere de ambos, del justo equilibrio entre técnica y creatividad (de cualidades adquiridas e innatas), pues de lo contrario, como apunta Berger, la concentración en la técnica nos conduciría a la impotencia[3].

            El control (no la eliminación) de lo paradójico hasta encontrar la integración de las fuerzas aparentemente en conflicto es uno de los grandes retos actuales, que además hay que afrontar de forma repetida, cada vez que cambia el entorno. La dialéctica de Hegel nos ayuda a entender estas situaciones: en ella se enfrentan enérgicamente dos posiciones, la tesis y la antítesis, para desarrollar una síntesis, que no es un simple compromiso, sino una solución nueva.

            Junto a la gestión de lo aparentemente contradictorio nos encontramos con otro fenómeno que merece ser especialmente destacado: la gestión de lo diverso. La capacidad de integrar culturas diferentes (en los procesos de concentración, en las empresas multinacionales), tecnologías diferentes (informática y telecomunicaciones, telefonía e Internet, comunicación y entretenimiento,...)[4], etc., son dos de los grandes desafíos de la economía y la sociedad contemporáneas. En las sinergias que puedan obtenerse de la búsqueda de estas complementariedades encontraremos fuentes muy poderosas de ventajas competitivas y de oportunidades de negocio.

            * El pensamiento estratégico y sistémico es un instrumento básico para sobrevivir en esta lucha sin fin. Sólo la capacidad de pensar estratégicamente, que de forma intrínseca incorpora el enfoque sistémico en el abordaje de una realidad compleja, nos puede permitir entender que determinadas decisiones que ha de tomar el gestor de empresas no se plantean en términos de dilemas (es decir, o esto o lo otro), sino de equilibrios a alcanzar. Como señalan Mintzberg, Ahlstrand y Lampel, esa capacidad para sintetizar ideas opuestas es una característica que adorna a los estrategas[5]. Por ejemplo, entre: cambio-acción y reflexión-sosiego; audacia y prudencia; competencia y cooperación; lo global y lo local; cambio y estabilidad;  satisfacción de los empleados, costes laborales competitivos y satisfacción de los accionistas; eficiencia en costes e innovación; calidad y productividad; diferenciación y costes; tamaño y agilidad; lo deliberado y lo emergente; centralización y descentralización; iniciativa individual y respuesta coordinada; orden y desorden; corto plazo y largo plazo; desarrollo económico y preservación del medio ambiente.

            Con todo ello, la estrategia debe ser concebida como la herramienta con la que cuenta el gestor de empresas para crear y moldear su propio futuro (no esperándolo, sino apostando por él), con una actitud anticipadora y comprensiva (no limitadora) de la diversidad, que permita situar la toma de decisiones en el tiempo y en el espacio, así como en el contexto del sistema al que pertenece, sobre el que influye, pero sabiendo que también se ve influido por él. Y aquí nos encontramos con otra paradoja: ¿es la planificación (la estrategia entendida como plan) la que determina las acciones de la empresa, o son más bien estas acciones las que determinan la planificación? Nos encontramos, pues, ante la necesidad de integrar la proactividad y el ritmo de cambio acelerado en el que estamos inmersos, lo que nos obliga a replantear la secuencia del proceso de dirección.

            * El conocimiento como recurso estratégico básico. Parece vislumbrarse que el management del siglo XXI va a girar sobre tres ejes fundamentales:

1)      El conocimiento acumulado en la organización, la capacidad de aprendizaje (y de desaprendizaje), los aspectos soft o culturales, la persona, en definitiva, como foco o centro de la gestión directiva. No hay duda que si la empresa conociera (y aprovechara) todo lo que sabe, además de averiguar lo que no sabe, multiplicaría su valor.

2)      La innovación como fuente primordial de ventajas competitivas. Podría decirse que la calidad se ha convertido en un adjetivo, mientras que la innovación pasa a ser el verdadero sustantivo. En consecuencia, el fomento de la creatividad, del espíritu intrapreneur, se convierte en otra de las claves. Recordemos unas palabras de Albert Einstein, que tienen mucho más valor por provenir de este ilustre científico: “la imaginación es más importante que el conocimiento”[6]. Ahora bien, esta aparente antinomia entre conocimiento e imaginación debe ser reinterpretada y superada si la visualizamos como dos tipos de conocimiento de origen diferente: por un lado, el conocimiento derivado de la razón y la deducción, y por otro el conocimiento generativo (que se asemeja al conocimiento anticipatorio).

3)      La consolidación de un liderazgo compartido capaz de integrar las dimensiones estratégica y cultural de la empresa. Se trata, en suma, de destacar el papel de estos activos intangibles como recursos estratégicos fundamentales, como fuentes de ventajas competitivas, de diferencias reales frente a la competencia por su carácter singular e inimitable.

Ahora bien, resulta sorprendente que el éxito en la dirección de empresas es como el éxito en la vida personal: una cuestión de saber mantener los equilibrios necesarios. Mientras en la empresa se trata de equilibrar lo interno con lo externo (que en el fondo es el concepto de una dirección estratégica), los flujos que por ella circulan (reales, financieros y de información), sus subsistemas o elementos (integrando personas,  tecnología y gestión financiera), en la vida personal los equilibrios son igualmente necesarios para alcanzar un status de bienestar: entre la vida profesional y la familiar; entre la vida pública y la privada; entre lo que quieres, lo que puedes y lo que eres capaz de hacer; entre lo que gastas/pagas y lo que ingresas/cobras; entre ilusión y realidad; entre talento y sacrificio (como dijo Picasso, “la inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando”).

También podrían ponerse ejemplos de la vida social: una condición sine qua non para el éxito de un sistema democrático es el equilibrio entre los tres poderes (legislativo, ejecutivo y judicial); la paz tras la segunda guerra mundial quedó garantizada mediante un equilibrio entre dos bloques militares antagónicos; los principales riesgos a que se enfrenta la humanidad son producto de los desequilibrios en la distribución de la riqueza, entre países ricos y pobres, entre norte y sur; todos ellos, en definitiva, manifestaciones del juego de poderes y contrapoderes que se da en la sociedad, del que depende su estabilidad o inestabilidad.

            Es por todo ello que la paradoja y la diversidad en la gestión empresarial no es sino un reflejo de lo que ocurre en la sociedad. Si en la empresa nos encontramos con intereses contradictorios que es preciso sintetizar, en el ámbito político ocurre exactamente igual, con la confrontación, por ejemplo, entre estructuras supranacionales cada vez más amplias, complejas, poderosas, y unos movimientos nacionalistas (regionalistas, localistas) muy vigorosos que actúan a modo de fuerza centrífuga que contrarresta la anterior o centrípeta (es la clásica dialéctica control central versus control local). En lo económico también nos encontramos con paradojas: la globalización de los mercados, reales y financieros, versus las economías regionales y el desarrollo local; las grandes corporaciones multinacionales versus el microemprendimiento y las pymes; el fenómeno de las crisis por rebasamiento (superproducción, abundancia), que se superpone a las crisis por carencia o penuria.  El mundo en el que nos ha tocado vivir es, ciertamente, paradójico, pero también diverso, y esa diversidad, por ejemplo cultural, que es preciso gestionar en las organizaciones empresariales, no es sino reflejo, una vez más, de un problema que está en la raiz de la propia sociedad contemporánea: véanse sino las dificultades para integrar culturas diferentes en ese proceso de mestizaje al que estamos abocados, y que hacen resurgir brotes de racismo y xenofobia. 

Y un último comentario para terminar de expresar esta visión personal: la empresa no puede ser ajena a lo que la sociedad de la que forma parte siente, desea, espera; bien al contrario, debe interiorizar esos valores y acomodar su comportamiento a los mismos para dar a sus stakeholders justo lo que éstos demandan, en un equilibrio de intereses que impida caer en el error de pensar que ha de satisfacerse a uno solo de ellos (los accionistas). La empresa debe esforzarse por sintonizar con los valores sociales imperantes, y ésta es precisamente la razón por la cual se puede afirmar que el futuro también vendrá marcado por la exigencia de responsabilidades éticas. En este aspecto también asistiremos a sensibles mutaciones, porque como dijo Confucio, “sólo los más sabios y los más estúpidos no cambian nunca” (y sabios hay muy pocos, podría añadirse).

 



[1] Resulta muy interesante el libro “Las Paradojas de la Dirección”, del Equipo Change Integration de Price Waterhouse. Irwin, 1996.

[2] Véase: Cubeiro, J.C. Los valores empresariales del Quijote. Boletín AECA, nº 47, julio-noviembre 1998, pp. 72-74.

[3] “In science, as in love, a concentration on technique is likely to lead to impotence”. En: Mintzberg, H.; Ahlstrand, B.; Lampel, J. Strategy Safari. Prentice Hall, 1998, p. 82.

[4] Esta convergencia, por otro lado, hace que las fronteras entre los sectores económicos tradicionales sea cada vez más difusa, aumentando la complejidad de las reglas del juego competitivo.

[5] Mintzberg, H.; Ahlstrand, B.; Lampel, J. Strategy Safari. Prentice Hall, 1998, p. 20.

[6] Ciertamente, la empresa necesita, hoy más que nunca, de ese conocimiento y esa imaginación que permitan, no ya satisfacer al cliente, sino entusiasmarlo, ilusionarlo, apasionarlo, hacerlo feliz.