Miguel Ángel Márquez

Contacto

LVH: De hecho, el gradual ascenso en el tono vital de los poemas se manifiesta a través de los cambios estacionales. Hay una sorprendente armonía.
MÁM : Me interesan mucho los primeros indicios de cambio. Cuando en medio del invierno aparece el primer brote que anuncia la primavera, o cuando en verano hay un indicio de que se aproxima el otoño [...] ya no están las golondrinas.

      Despedida

Ninguna nube humedece el lacrimal abierto de este día,
peina el viento las tranquilas palmas
y no me atrevo a preguntar por qué la luz abre la oscura bóveda,
por qué ríe el aire bajo el nuevo día,
y nuestros cuerpos aún se estremecen
y los besos aún se estremecen
de escalofrío y fiebre,
de fiebre y placer no consumado.
¿Qué busca la bajamar huida, qué anhela el viento,
qué angustia lo arroja sobre la isla abandonada?

Tu silencio en la despedida,
cuando el eclipse de luna,
y el roce de una mano que acariciar no pudo.
¿Por qué no te retuvo el ciclo de la luna,
por qué no te retuvo su agonía sin sangre,
que llena de nostalgia la casa de las olas?
¿Por qué no te retuvo el presagio funesto,
la hechizada caída de las estrellas,
ni mi voz ni el verano encendido?

¿Adónde dirigirán sus miradas los faros,
desconsolados al borde de la aurora,
adónde, aquel acantilado y el abismo añil?
Arrecia el viento, arrecia la fiebre,
el abismo, amor mío, conforme con nuestra lejanía,
y mis caricias se hunden al carecer de cintura,
y el olvido serpea como un río sin puente,
mientras beben los pájaros el veneno del amanecer.
La luna enferma como una niña triste,
galopa la fiebre como una yegua fusca
y julio convalece bajo el eclipse.

Fundación Odón Betanzos, 1996

Semejante a la dicha