Análisis de las investigaciones

PRIMEROS ESTUDIOS

De los sectores descritos, sin duda, los correspondientes al casco urbano de Huelva (A-1 y B-1) se corresponden con el yacimiento arqueológico más excavado de la Provincia. No obstante, una serie de factores han contribuido a que el nivel de conocimientos obtenido en esas excavaciones no haya ido parejo con el volumen de datos disponibles, según hemos justificado en una síntesis histórico-arqueológica que recoge la puesta al día del conjunto de datos conocidos (GÓMEZ y CAMPOS, 2001).

En cuanto a la bibliografía generada, no existe hasta ahora una síntesis diacrónica que muestre una interpretación ajustada a la realidad histórico-arqueológica puesta de manifiesto en Huelva, ya que si son muchos los datos divulgados de la etapa tartésica, había una gran carencia de información sobre otros períodos anteriores y posteriores. También se echan en falta estudios arqueológicos que relacionen la ocupación diacrónica humana con su geografía, donde se explique la evolución del paisaje y su transformación tanto natural como antrópica a lo largo del tiempo, los recursos naturales disponibles y los creados por la sociedad que ocupó este espacio en relación a las tecnologías imperantes en cada momento. En los últimos años la investigación ha trascendido de la etapa tartésica, la más estudiada, hacia otros periodos históricos como el romano, del que se han publicado numerosos trabajos (entre otros: CAMPOS, 2002, 2010 y 2012; CAMPOS, VIDAL y RUIZ, 2010; CAMPOS, FERNÁNDEZ y VIDAL, 2013; VIDAL y CAMPOS, 2006) y sobre todo una síntesis general  (CAMPOS, 2011), y sobre la ocupación prehistórica del entorno, merced a las excavaciones realizadas en La Orden-Seminario (VERA y otros, 2010a y b; VERA y ECHEVARRÍA, 2013; GÓMEZ y otros, 2014; MARTÍNEZ Y VERA, 2014; LINARES y VERA, 2015; GARRIDO y VERA, 2015).  También aunque en menor medida se han publicado trabajos sobre la etapa medieval y moderna (VIDAL y otros, 2008 y 2013; VIDAL, GÓMEZ y CAMPOS, 2005; DE HARO y otros, 2013), algunos de ellos sobre la ciudad islámica de Saltés.

De la misma manera, la inmediatez del marco en que se describían los hallazgos arqueológicos, impedía interpretar aspectos tan importantes como el contexto regional donde se produce la evolución histórica de Huelva en relación con el conjunto del Suroeste de la Península Ibérica, o la adscripción social, política y económica de este espacio en contraposición a las constantes que se reconocen en otras áreas a través del tiempo.

La primera información relevante que tuvo trascendencia para el conocimiento arqueológico de Huelva, fue el hallazgo en 1923 de un lote de bronces en la ría por debajo del actual curso del río Odiel. En los dragados del puerto se descubrieron objetos que, por su cantidad y tipología, merecieron la atención de la comunidad científica, siendo publicado en el mismo año por M. Gómez Moreno, E. Díaz Llanos, y P. Bosch Gimpera, otorgándole éste último una cronología entre el 1200 y el 1000 a.C. (ALMAGRO, 1975). Sin embargo, las primeras interpretaciones y el sentido histórico del hallazgo permanecerán casi inalterables hasta la actualidad, excepto la cronología establecida por M. Almagro Basch en 750 a.C. en relación con las fíbulas (ALMAGRO BASCH, 1940; 1975), que posteriormente será adelantada una centuria basándose en análisis de C14 practicados a los restos de astil conservados en puntas y regatones de lanzas (ALMAGRO-GORBEA, 1978: 542), así como otras consideraciones más recientes en las que dichos bronces no pertenecerían al cargamento de un barco hundido (RUIZ-GÁLVEZ, 1995), que había sido la explicación más recurrente. En los años siguientes continuaron apareciendo objetos arqueológicos en otros  dragados del puerto, entre los que hay que destacar un casco rodio y un fragmento de aryballos corintio (ALBELDA y OBERMAIER, 1931; OLMOS, 1988; ROUILLARD, 1978).

Con posterioridad, anque para A. Schulten estos bronces no modificaban su interés en la localización de Tarteso en las marismas del Guadalquivir (SCHULTEN, 1945), para investigadores como A. Arenas López (1926), resultaba claro que Huelva fue el lugar donde se debía localizar la mítica Tarteso.

Después de la Guerra Civil, la mención de Saltes con relación a la fundación de Cádiz por los tirios la convirtieron en un punto de referencia obligado, aunque con anterioridad J. Albelda realizó trabajos en la isla, de los que no se han conservado datos (CERDÁN y otros, 1975: 41), en 1945 J. Martínez Santaolalla y sus colaboradores realizaron también excavaciones cuyos resultados no fueron publicados al no ser los esperados (CERDÁN y otros, 1975: 45), y el propio C. Cerdán excavó más de ochenta zanjas también sin resultado (CERDÁN y otros, 1975: 45).

Entre otros hallazgos fortuitos sin trascendencia, en 1945 se localizaría una tumba en el Cabezo de la Joya que permanecería inédita casi veinte años (ORTA y GARRIDO, 1963), aunque no fuesen los primeros elementos antiguos que había proporcionado dicho Cabezo. El interés de la posible tumba de incineración venía dado por la tipología de la urna cineraria de bronce y de los vasos cerámicos que la acompañaban, que ya podían paralelizarse con otros elementos publicados tanto en la Península Ibérica como en el Mediterráneo, e inscribir al yacimiento protohistórico de Huelva en un contexto relacionado por un lado con la presencia fenicia y por otro con las corrientes de procedencia europea según la orientación difusionista entonces al uso; al mismo tiempo también se observaban pervivencias locales de tradición anterior.

Por estas características, tras la publicación de la primera tumba de la Joya, Huelva sería inmediatamente relacionada otra vez con Tarteso (ORTA y GARRIDO, 1963), en un ambiente que volvía a ser propicio para la reanudación de la búsqueda de la legendaria ciudad, por los nuevos hallazgos que se estaban produciendo en el resto de Andalucía (MALUQUER, 1969), o por publicaciones de sabor parecido a las que se habían realizado varias décadas antes (LUZÓN, 1962; GARCÍA BELLIDO, 1944).

Sin embargo, las primeras intervenciones arqueológicas en el casco urbano de Huelva se suceden sin solución de continuidad desde mediados de los años 60 del pasado siglo cuando Juan Pedro Garrido y Elena Mª Orta comienzan las primeras intervenciones en los cabezos de las Esperanza y la Joya. Desde entonces hasta hoy se han producido en torno a 340 intervenciones que hacen que el yacimiento de Huelva sea el más excavado de la provincia.

LAS INTERVENCIONES EN LA CIUDAD
La búsqueda de Tarteso (1966-1971)

Si en la década de los años cincuenta se produce una cierta languidez en la investigación, en la siguiente comenzará un auge patentizado con las actividades del matrimonio Garrido-Orta, a las que paulatinamente se irán incorporando nuevos equipos. El interés por Tarteso sigue siendo el protagonista de las intervenciones, en especial a partir de la reunión internacional celebrada en Jerez hace más de treinta años, cuyos problemas de investigación fueron resumidos en el decálogo de Tartessos (MALUQUER, 1969: 1-6), en el que se ponía de manifiesto que proseguir en la lectura de las fuentes no conduciría a su solución, sino que la única vía era la acción combinada del estudio de éstas y de la exhaustiva investigación arqueológica del territorio meridional.

La importancia del hábitat protohistórico de Huelva, siempre el período más estudiado y difundido de la ciudad hasta la década de los 90 del pasado siglo, una vez probada su existencia y en relación con el territorio occidental de la Península ibérica, había sido muy tenida en cuenta a partir de la publicación de la tumba orientalizante descubierta veinte años antes en lo que con posterioridad sería denominado Necrópolis de La Joya (ORTA y GARRIDO, 1963). Por ello, se consideró que era necesario abundar en la búsqueda de unos enterramientos que correspondiesen a la misma u otras necrópolis, así como en la del asentamiento sincrónico que, fuera de toda duda, debería permanecer oculto en algunos de los cabezos de Huelva.

Así, en la Necrópolis de La Joya, en sucesivas campañas de verano, se excavaron varias tumbas en la superficie del cabezo y, a través del estudios de sus ajuares, el conjunto de éstas fue fechado entre los finales del siglo VII y los comienzos del VI a.C. (ORTA y GARRIDO, 1963; GARRIDO y ORTA, 1970; 1978; 1989) a partir de la datación de un escarabeo localizado en la Tumba 9, que fue considerado de Psamético II y por ello de una fecha posterior a los años 595 y 589 a.C. (GAMER-VALLERT, 1973).

El hábitat sincrónico a estas tumbas sería buscado inicialmente en los cabezos de La Esperanza, y los trabajos que se realizaron con este fin durante la década de los sesenta confirmarían su ocupación a lo largo de varios períodos arqueológicos que se incluyen en la Protohistoria del Suroeste (GARRIDO y ORTA, 1969; SCHUBART y GARRIDO, 1967; BELÉN y otros, 1978).

En 1968, en unos trabajos de desmonte que se estaban realizando en el Cabezo de San Pedro, aparecieron niveles arqueológicos de amplia cronología. La importancia de los hallazgos, para esos momentos, hizo necesario efectuar una recogida de muestras de los diferentes estratos puestos al descubierto, que posibilitaron realizar una primera sistematización de la ocupación del lugar (BLÁZQUEZ y otros, 1970), a partir de la cual quedaba claro que la ocupación de los cabezos de Huelva se documentaba desde la Protohistoria hasta la actualidad, al estar representados en la estratigrafía todos y cada uno de los períodos históricos conocidos.

Esta síntesis estratigráfica no pasaría desapercibida para el conjunto de los investigadores de la Protohistoria pero, a pesar que en la publicación se describía el método utilizado, posiblemente por la importancia de las aportaciones para el proceso histórico de la zona, las reacciones ante las nuevas evidencias fueron muy variadas. No obstante, debe destacarse que la publicación daría lugar a un creciente interés por el asentamiento, y a que se realizaran en él varias campañas de excavación durante la década siguiente, en las que alternarían varios equipos con mayor o menor fortuna.

A estos trabajos siguieron otros entre los años 1971 y 1972 con dos campañas de excavación en la vaguada situada entre los Cabezos de San Pedro y de El Pino.

Como resultado de todas estas intervenciones realizadas sobre los cabezos de San Pedro, la Joya y La Esperanza, que ascendieron a 10, se elabora una primera sistematización del poblamiento prerromano de Huelva, dividido en amplios períodos, desde el más antiguo, Huelva I, indígena aunque con escasas importaciones fenicias, hasta Huelva VI, que significaba el comienzo de la romanización del hábitat situado en los cabezos (AMO y BELÉN, 1981).

Los primeros datos de la ciudad romana (1972-1976)

A comienzos de los años setenta, desde el recién creado Museo Provincial, se desarrollará una labor que, tanto por sus planteamientos iniciales como por los fines pretendidos, tendrán una incidencia diferente sobre algunos de los períodos históricos, a los que se prestará interés en relación con la especialidad del director y sus colaboradores, así como según los hallazgos fortuitos que se iban produciendo en la provincia. Por el auge que experimenta la ciudad, los nuevos edificios van transformando su estética, pero su corolario será la destrucción de los niveles antiguos en los solares y su acumulación en los depósitos municipales de la marisma, a menos que ocasionalmente se advirtiera la presencia de restos arqueológicos y que la dirección del Museo Provincial asumiera su excavación de urgencia.

En varios de los solares excavados en Huelva se localizaron elementos de la Onoba romana, que hasta hace poco eran las únicas evidencias de este período (AMO, 1976). También se publicó una recogida de materiales prerromanos de una de las laderas del Cabezo de San Pedro (AMO y BELÉN, 1981), que venía a unirse a las excavaciones realizadas unos años antes.

De vuelta con Tarteso (1977-1981)

El siguiente equipo que excavará en la cima de San Pedro, aunque sólo realizó dos campañas (BLÁZQUEZ y otros, 1979; RUIZ MATA y otros, 1981), alcanzó unos resultados importantes (RUIZ MATA, 1986b; 1995), confirmando una parte de la evolución general que se había planteado años antes en la vaguada Noroeste (BLÁZQUEZ y otros, 1970).

En la interpretación que en su día se hizo de la secuencia, aunque en la mayoría de los cortes no se alcanzó el sustrato estéril (BLÁZQUEZ y otros, 1979; RUIZ MATA y otros, 1981), era evidente que ésta abarcaba desde la ocupación en momentos prefenicios del Bronce Final, hasta otro posterior que podía paralelizarse, por la similitud de las cerámicas localizadas en ambos sitios, con el período en que se realizó la construcción de los túmulos en que se integraban las tumbas publicadas de La Joya; desgraciadamente no se insistió en la explicación de la ocupación posterior al período tartésico.

En el verano de 1980, J.P. Garrido y E.M. Orta interrumpieron los trabajos que realizaban en la necrópolis de La Joya, a causa del hallazgo de materiales protohistóricos en la cimentación del solar número 10 de la calle del Puerto, procediendo a su recogida y realizando algunos sondeos. Es interesante observar que, por los nuevos planteamientos surgidos de la investigación de los años setenta y ochenta, ya no se nombre a los indoeuropeos, y que se hable de urbanismo protohistórico en las zonas bajas, que implicaba que la ciudad protohistórica no se extendió únicamente por los cabezos.

Desde este solar, situado en la zona más alta de la calle y que es posible que se localizara en el fondo del escarpe del desaparecido cabezo de El Molino de Viento, o en su ladera media  (FERNÁNDEZ, 1990), comienza a producirse un desajuste más pronunciado en la topografía del lugar, que buzará hacia el oeste en dirección a las zonas más bajas de la ciudad. El sustrato de la zona lo constituyen en su totalidad margas y arenas limo-arcillosas de escasa resistencia a la erosión natural y antrópica. Desde la cota situada a 3,20 metros por debajo de la rasante, se localizaron …almacenes, con toda probabilidad en conexión con el comercio marítimo… [destacando entre ellos]… un edificio de características singulares, cuyas paredes presentaban un aparejo distinto y al que probablemente habrá que atribuir específica funcionalidad (GARRIDO y ORTA, 1989: 43). Como resultado, surgen diversos artículos donde se pone el énfasis en las cerámicas griegas arcaicas localizadas (OLMOS y CABRERA, 1980; OLMOS, 1982; GARRIDO y ORTA, 1989; CABRERA, 1986), que son una novedad importante para retomar los planteamientos que se relacionaban con la presencia de los griegos en Tarteso, y que prácticamente se abandone la investigación del período romano y otros posteriores.

El servicio de arqueología de la Diputación de Huelva (1982-1997)

Durante casi toda la década de los 80 y 90 será el equipo de la Diputación Provincial de Huelva, dirigido por J. Fernández Jurado, el que protagonice, salvo contadísimas excepciones, las excavaciones en la ciudad. Durante esta etapa, la protección del patrimonio arqueológico de Huelva entró en una fase muy diferente de la anterior, puesto que si antes se pudieron investigar algunos de los solares donde se había detectado la presencia de elementos arqueológicos gracias a la buena voluntad de los promotores y al celo de M. del Amo, la aplicación del modificado del artículo 104 del Plan General de Ordenación Urbana de 1980 permitió que los técnicos del Servicio de Arqueología de la Excma. Diputación controlasen los restos que aparecían en las obras de nueva planta; si ahora la normativa aplicada puede considerarse obsoleta o insuficiente, sin dudas, en esos momentos fue un avance muy importante. Aunque es necesario resaltar el hecho de que, a pesar de la importancia de los restos exhumados en las 60 intervenciones realizadas en estos años, nada se ha conservado.

Científicamente, en esta etapa continua el interés por el mundo tartésico en detrimento del mundo romano, medieval y moderno a los que apenas se dedicó atención alguna. Queda sin embargo un numero importante de publicaciones, tanto de carácter científico (FERNÁNDEZ JURADO, 1990; FERNÁNDEZ y otros, 1992c) como divulgativo (FERNÁNDEZ y otros, 1997) que constituyen un importantísimo corpus de información para el conocimiento de la arqueología onubense, en especial el periodo protohistórico.

Una nueva política arqueológica en la ciudad

A partir de 1999 la incoación del expediente de Declaración de la Zona Arqueológica de Huelva cambia radicalmente el panorama anteriormente descrito provocando una nueva política patrimonial para las excavaciones arqueológicas que se realizan en el casco antiguo de Huelva y que, entre otras cosas, conlleva un tratamiento diferente de otros periodos históricos. Una de las consecuencias más destacable, como se ha señalado, ha sido la gran revitalización de la Onoba romana, cuyos restos materiales están viendo la luz de forma mas intensa en los últimos años dando lugar a una importante serie de publicaciones y a una primera monografía sobre este periodo. Esta nueva realidad se cimenta en dos hechos fundamentales: el aumento del número de intervenciones, más de 250 desde entonces hasta hoy, y la incorporación a las intervenciones de la Universidad de Huelva y de empresas profesionales de arqueología que, contratadas mayoritariamente por los promotores inmobiliarios y en ocasiones por la propia administración, excavan en los solares con la consecuente liberación y/o integración de restos.

El crecimiento urbano de la ciudad, extendiéndose hacia las zonas agrícolas de la periferia, ha conllevado el descubrimiento de nuevos yacimientos que unidos al ubicado bajo el caso antiguo de Huelva han conformado la Zona Arqueológica de Huelva. Entre estos caben destacar los restos dispersos del Plan Parcial 4 Vista Alegre-Universidad (GÓMEZ, LINARES y DE HARO, 2013) que a excepción de la Villa romana de La Almagra, que dispone de un amplio abanico de publicaciones (CAMPOS, VIDAL Y GÓMEZ, 2003; 2005; VIDAL, GÓMEZ Y CAMPOS, 2005; VIDAL, 2008; VIDAL, CAMPOS Y GÓMEZ, 2010; O’KELLY y otros, 2013) han sido escasamente estudiados. Pero sin duda el descubrimiento más espectacular de la periferia lo constituyen los restos aparecidos en el Plan Parcial 8 La Orden-Seminario donde se ha localizado un yacimiento que ocupa unas 23 hectáreas que contienen varios millares de estructuras arqueológicas de diversa índole que abarcan una cronología desde el inicio de la Prehistoria Reciente hasta nuestros días (GONZÁLEZ y otros, 2008; VERA y otros, 2010a; GÓMEZ y otros, 2014; ECHEVARRÍA y VERA, 2015)

Es dentro de esta tendencia de apertura donde hay que valorar el avance producido en la investigación arqueológica de la Zona Arqueológica de Huelva, y especialmente en lo que se refiere a sus horizontes romano y prehistórico, carentes hasta el momento de una interpretación conjunta de los distintos aspectos que lo integran. A este respecto, la importante bibliografía generada hasta el momento, especialmente desde el área de Arqueología de la Universidad de Huelva, podrá consultarse el el apartado de Síntesis Histórico-Arqueológica.